Domingo XXXIV Cristo Rey del Universo

Domingo XXXIV Cristo Rey del Universo

homilía

DOMINGO XXXIV  

24 de Noviembre 2019

solemnidad de jesucristo rey del universo

      Cierta vez, un alumno de Confucio (filósofo chino, siglo V a.C.) le preguntó: “Maestro, háblanos de la muerte, y Confucio le contestó: ¿Cómo quieres que te hable de la muerte, si no sabes lo que es la vida?”. Pues nosotros también, no entenderemos jamás lo que es la Resurrección, ni la anhelaremos si antes no sabemos lo que es la vida. Pero no se trata sólo de saber, sino de vivir bien esta vida; éste es el tema.

      La pregunta de los saduceos sobre los matrimonios, nos lleva a recordar una pregunta formulada muchas veces: ¿cómo será la vida eterna? San Pablo nos dice (1Cor. 15,35 ss) que seremos nosotros mismos, pero de una manera diferente a como somos ahora. Y bien poca cosa podemos añadir. La vida eterna es una esperanza, no una ciencia explicable. Todas las cosas valiosas y amadas que hayamos vivido no desaparecerán, pero todo lo viviremos en la comunión de plenitud que es Dios.

 

¡Desde el trono de la cruz nos ha salvado!

    De aquí la importancia de que nuestra existencia actual le demos el sentido pleno de una vida entregada, de que seamos generosos, de que aprovechemos bien el tiempo, porque como bien dijo Goethe: “Una vida ociosa es una muerte anticipada”. Por tanto, en la medida en que vivamos bien esta vida que Dios nos ha prestado, de acuerdo a su voluntad, tendremos la convicción y la valentía de afrontar la muerte sin ningún temor, como testificaron con su misma vida los 7 hermanos del libro de los Macabeos (1ª. lectura):“Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará”.

    Los cristianos profesamos en el Credo nuestra esperanza en la resurrección del cuerpo y en la vida eterna. Este artículo de la fe expresa el término y el fin del designio de Dios sobre el hombre. Si no existe la resurrección, todo el edificio de la fe se derrumba, como afirma vigorosamente san Pablo (cf. 1 Cor 15):“Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe”. Si el cristiano no está seguro del contenido de las palabras vida eterna, entonces las promesas del evangelio, el sentido de la creación y de la redención desaparecen, e incluso la misma vida terrena queda desposeída de toda esperanza (cf. Heb 11,1).

“Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará”

    Posiblemente la crítica principal de muchos hombres contra la religión, ha sido la de anunciar un más allá como una evasión de este mundo. De ahí frases como la de Sartre: “Ya no hay cielo, ya no hay infierno, sólo tierra”; Kafka: “Esta vida parece insoportable, la otra inaccesible”; Schuman: “Hacemos que buscamos algo, y tan sólo la nada es nuestro hallazgo”.

    Pero hermanos: creer que venimos de la nada y vamos hacia la nada sólo nos lleva a la angustia, a la desesperación, a no encontrarle sentido nuestra vida, aún teniendo todo el dinero, poder y comodidades posibles… y por eso algunos llegan hasta suicidarse. Cuidado, ¡no nos desesperemos porque el infierno está lleno de desesperados!

   Bueno, pues ante esos saduceos modernos de hoy día, que manifiestan la duda, la perplejidad y la angustia del hombre sobre su destino definitivo, la respuesta es clara y contundente: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro” (Credo).

    Resurrección no es lo mismo que reencarnación. Si Cristo murió y resucitó, también nosotros creemos que si morimos con Él, resucitaremos también con Él. Si no creemos en la resurrección, comamos y bebamos que mañana moriremos, así piensan los que viven sin Dios y sin esperanza. Pero nuestra confianza en la Resurrección es una verdad de fe que da sentido a toda nuestra vida terrena en tensión a la eterna, “porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven”.

    Por eso, ante la cultura posmodernista de una vida larga y culto al cuerpo con aerobics, aparatos, dietas y fórmulas anti arrugas, testimoniemos nuestra esperanza cristiana en la vida eterna por la que debemos esforzarnos por alcanzar, sin cambiar la casa de Dios por el gimnasio o el apego a lo material.

     Conclusión. Hoy deberíamos preguntarnos hasta qué punto nuestra fe arraiga en la Resurrección de Jesús y en nuestra propia resurrección. Nuestra actitud, ¿es una actitud rebosante de esperanza como la de los hermanos Macabeos? Los saduceos de hoy, no son sólo esa multitud de católicos que tienen pavor a la muerte y no saben qué hay o qué sigue después, sino también los saduceos de hoy son los tristes, amargados, enojones, desconfiados, pesimistas, desesperados…

    Tal como hoy nos recomienda san Pablo, permitamos que el Señor dirija nuestros corazones para que amemos a Dios y esperemos pacientemente la venida de Cristo. Y pidámosle una fe más viva y una esperanza más firme.

"Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro"

Homila Domingo XXXIII

Homila Domingo XXXIII

Domingo XXXIII

 

“Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”

 Lc 21,5-19

 

 

 

    El evangelista Lucas en los capítulos 20 y 21 nos presenta la entrada de Jesús a Jerusalén así como el ejercicio mismo de su ministerio. Cabe señalar que esta última visita que el Señor hace a la Ciudad Santa se ve enmarcada por gritos de júbilo y alabanza  que sus discípulos le procuran. Pero, sobre todo, por las palabras y obras mesiánicas que no buscan agradar a intereses mezquinos, sino, por el contrario, abrir paso a la verdad y al pleno cumplimiento de la voluntad del Padre de los cielos.

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“Siendo perseverantes, podremos salvar nuestras almas”.

     Las palabras que Jesús pronuncia en este relato evangélico están animadas por el impacto que la belleza del Templo provoca en los que acompañan al Señor: Él mismo pronuncia unas palabras proféticas afirmando que “llegará el momento en que no quedará piedra sobre piedra”, es decir, que todo será destruido. Es así como anuncia clara y directamente que el majestuoso y bello Templo que ven ahora será destruido porque Israel no le ha aceptado como enviado para establecer la nueva alianza entre Dios y los hombres. Con esas palabras, Jesús hace referencia tanto a la destrucción de Jerusalén como al final de la historia humana, es por eso que dice “los perseguirán por mi causa…” que no son más que signos que acompañan el fin de la humanidad y con ello la venida de Jesús, la Parusía donde lo veremos como juez victorioso.

     Al hablar de los signos que anunciarán el fin de la historia humana es común que el miedo y la incertidumbre se hagan presentes, pero es importante recalcar que en el pasaje evangélico que el día de hoy hemos escuchado Lucas no pretende sembrar angustia y desesperanza, sino más bien, busca dar ánimo, fortaleza y valentía para que, en medio de esas circunstancias adversas confiemos más en Jesús y tengamos el valor para seguirlo con muchas más fuerzas, porque sólo de esta manera “siendo perseverantes, podremos salvar nuestras almas”.

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“Yo los ayudaré no teman”.

     Sin duda que esta perícopa evangélica, al tiempo que nos advierte sobre el fin de los tiempos nos motiva a mantenernos firmes en la fe con las palabras del mismo Jesús: “Yo los ayudaré no teman”. Por eso, en este domingo pidamos al Señor Jesús que:

  1. Nos ayude a fortalecer nuestra perseverancia cristiana para encontrarnos con Él en su retorno glorioso, y que,
  2. Nos sacie con el Espíritu de fortaleza para que, en medio de las adversidades, nos mantengamos firmes en la fidelidad a Él.

Pbro. Oscar Adrián Ramírez Santos

Domingo XXXIV 10 de noviembre

Domingo XXXIV 10 de noviembre

homilía

DOMINGO XXXIII  Tiempo ordinario

10 de Noviembre 2019

«Nuestro Dios es un Dios de Vivos, pues en él todos viven»

      Cierta vez, un alumno de Confucio (filósofo chino, siglo V a.C.) le preguntó: “Maestro, háblanos de la muerte, y Confucio le contestó: ¿Cómo quieres que te hable de la muerte, si no sabes lo que es la vida?”. Pues nosotros también, no entenderemos jamás lo que es la Resurrección, ni la anhelaremos si antes no sabemos lo que es la vida. Pero no se trata sólo de saber, sino de vivir bien esta vida; éste es el tema.

      La pregunta de los saduceos sobre los matrimonios, nos lleva a recordar una pregunta formulada muchas veces: ¿cómo será la vida eterna? San Pablo nos dice (1Cor. 15,35 ss) que seremos nosotros mismos, pero de una manera diferente a como somos ahora. Y bien poca cosa podemos añadir. La vida eterna es una esperanza, no una ciencia explicable. Todas las cosas valiosas y amadas que hayamos vivido no desaparecerán, pero todo lo viviremos en la comunión de plenitud que es Dios.

 

«Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro»

    De aquí la importancia de que nuestra existencia actual le demos el sentido pleno de una vida entregada, de que seamos generosos, de que aprovechemos bien el tiempo, porque como bien dijo Goethe: “Una vida ociosa es una muerte anticipada”. Por tanto, en la medida en que vivamos bien esta vida que Dios nos ha prestado, de acuerdo a su voluntad, tendremos la convicción y la valentía de afrontar la muerte sin ningún temor, como testificaron con su misma vida los 7 hermanos del libro de los Macabeos (1ª. lectura):“Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará”.

    Los cristianos profesamos en el Credo nuestra esperanza en la resurrección del cuerpo y en la vida eterna. Este artículo de la fe expresa el término y el fin del designio de Dios sobre el hombre. Si no existe la resurrección, todo el edificio de la fe se derrumba, como afirma vigorosamente san Pablo (cf. 1 Cor 15):“Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe”. Si el cristiano no está seguro del contenido de las palabras vida eterna, entonces las promesas del evangelio, el sentido de la creación y de la redención desaparecen, e incluso la misma vida terrena queda desposeída de toda esperanza (cf. Heb 11,1).

“Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará”

    Posiblemente la crítica principal de muchos hombres contra la religión, ha sido la de anunciar un más allá como una evasión de este mundo. De ahí frases como la de Sartre: “Ya no hay cielo, ya no hay infierno, sólo tierra”; Kafka: “Esta vida parece insoportable, la otra inaccesible”; Schuman: “Hacemos que buscamos algo, y tan sólo la nada es nuestro hallazgo”.

    Pero hermanos: creer que venimos de la nada y vamos hacia la nada sólo nos lleva a la angustia, a la desesperación, a no encontrarle sentido nuestra vida, aún teniendo todo el dinero, poder y comodidades posibles… y por eso algunos llegan hasta suicidarse. Cuidado, ¡no nos desesperemos porque el infierno está lleno de desesperados!

   Bueno, pues ante esos saduceos modernos de hoy día, que manifiestan la duda, la perplejidad y la angustia del hombre sobre su destino definitivo, la respuesta es clara y contundente: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro” (Credo).

    Resurrección no es lo mismo que reencarnación. Si Cristo murió y resucitó, también nosotros creemos que si morimos con Él, resucitaremos también con Él. Si no creemos en la resurrección, comamos y bebamos que mañana moriremos, así piensan los que viven sin Dios y sin esperanza. Pero nuestra confianza en la Resurrección es una verdad de fe que da sentido a toda nuestra vida terrena en tensión a la eterna, “porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven”.

    Por eso, ante la cultura posmodernista de una vida larga y culto al cuerpo con aerobics, aparatos, dietas y fórmulas anti arrugas, testimoniemos nuestra esperanza cristiana en la vida eterna por la que debemos esforzarnos por alcanzar, sin cambiar la casa de Dios por el gimnasio o el apego a lo material.

     Conclusión. Hoy deberíamos preguntarnos hasta qué punto nuestra fe arraiga en la Resurrección de Jesús y en nuestra propia resurrección. Nuestra actitud, ¿es una actitud rebosante de esperanza como la de los hermanos Macabeos? Los saduceos de hoy, no son sólo esa multitud de católicos que tienen pavor a la muerte y no saben qué hay o qué sigue después, sino también los saduceos de hoy son los tristes, amargados, enojones, desconfiados, pesimistas, desesperados…

    Tal como hoy nos recomienda san Pablo, permitamos que el Señor dirija nuestros corazones para que amemos a Dios y esperemos pacientemente la venida de Cristo. Y pidámosle una fe más viva y una esperanza más firme.

"Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro"

XXXI DOMINGO ORDINARIO 3 de Noviembre

XXXI DOMINGO ORDINARIO 3 de Noviembre

homilía

Domingo XXI del Tiempo ordinario

 

AMISTAD QUE TRANSFORMA

 El Evangelio de Lucas es mayormente conocido como “el Evangelio de la misericordia”, porque refleja en muchas de sus páginas la acción tierna y compasiva de Jesús hacia los pecadores y los frágiles. En él todo habla de misericordia. Hoy en este domingo la perícopa evangélica (Lc 19, 1-10) nos presenta una de estas ocasiones. Zaqueo era un recaudador de impuestos y por eso era rico. Ya en alguna ocasión anterior hemos dicho que los publicanos tenían muy mala fama, eran vistos como estafadores y fraudulentos, al servicio del Imperio romano. Jericó era una ciudad en aquel entonces que era una parada habitual para los peregrinos que del norte se dirigían a Jerusalén. Por eso muchos funcionarios de la aduana y publicanos vivían en este lugar. Su riqueza la obtenían a costa de los impuestos que exigían a sus contribuyentes. Por eso eran muy mal vistos.

 

 

 

 

Jesús atravesaba Jericó en su camino a Jerusalén y Zaqueo lo ve y hay algo que Él que le llama la atención, suscitando en él el deseo de ver a Jesús. Vemos que Zaqueo está en actitud de BÚSQUEDA, con entusiasmo y alegría, tanto así que, siendo de baja estatura, corre y se sube a un árbol, un sicómoro. Sin embargo, Jesús es el que lo llama, no es Zaqueo quien lo invita, es el Señor quien toma la iniciativa. LA PRIMACÍA DE DIOS. Zaqueo recibe la invitación de Jesús, con mucha ALEGRÍA. El experimentar la presencia de Dios en nuestra vida no es motivo para estar tristes y amargados, sino que hay que transmitir a todos esa alegría que nada ni nadie nos quitará. Sin embargo, la gente, al ver que Jesús entró en la casa de Zaqueo, comenzó a murmurarlo. ¡Cuántas veces nos queremos sentir los buenos y ponemos el grito en el cielo cuando vemos que el Señor también actúa en los pecadores y frágiles! Las DIFICULTADES nunca se apartarán de nosotros en el camino de conversión.

«AUNQUE SEPA NUESTROS PECADOS SE ATREVE A NO VERLOS CON TAL DE OFRECERNOS EL PERDÓN Y DE DARNOS UNA NUEVA OPORTUNIDAD DE REEMPRENDER EL CAMINO».

Por último, vemos que Zaqueo, al encontrarse con Jesús, cambia totalmente su vida: regresa lo que ha robado hasta cuatro veces más y reparte la mitad de sus bienes. Experimentar la misericordia de Jesús es algo tan profundo y penetrante que no podemos seguir siendo los mismos, somos transformados desde lo más hondo de nuestro ser. En este sentido, la primera lectura de la liturgia de hoy (Sab 11,22-12,2) nos da una certeza esperanzadora: DIOS, EN SU NATURALEZA INTRÍNSECA ES MISERICORDIA Y COMPASIÓN, PORQUE INCLUSO AUNQUE SEPA NUESTROS PECADOS SE ATREVE A NO VERLOS CON TAL DE OFRECERNOS EL PERDÓN Y DE DARNOS UNA NUEVA OPORTUNIDAD DE REEMPRENDER EL CAMINO. Esta experiencia debe reproducirse en nosotros: Dios es como una madre que nos cuida y está siempre con los brazos abiertos para recibirnos y corregirnos. Nosotros somos quienes nos resistimos muchas veces al abrazo misericordioso del Padre.

Roguemos al Señor en este domingo que haga repetir en nuestra vida la historia de Zaqueo: que nosotros, frágiles y pecadores, abramos nuestro corazón a la ternura divina y desde nuestro interior nos convirtamos con sinceridad y sencillez. Así también Jesús nos dirá a cada uno de nosotros: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”, que es tu corazón.

Regresa lo que ha robado hasta cuatro veces más y reparte la mitad de sus bienes.

“Hoy ha llegado la salvación a esta casa», que es tu corazón.

Seminarista Jairo Manríquez Espinoza / 4º de Teología

Homilía del Día de todos los Santos

Homilía del Día de todos los Santos

homilía

1RO DE NOVIEMBRE

DÍA DE TODOS LOS SANTOS

sólo dios es santo.

Sólo Dios es Santo. La Santidad es algo propio de Dios. Por eso, este 1 de noviembre celebramos su Santidad comunicada y manifestada en los hombres, en tantos hermanos que se abrieron al torrente de la gracia de Dios y respondieron a ella en su vida.

Celebramos a todos los Santos, es decir también a los que no tienen un día en el Santoral, a tantos santos desconocidos, nuestros familiares, conocidos de nuestro pueblo, hombres y mujeres que en su vida cooperaron con la gracia, vivieron haciendo la voluntad de Dios y ahora gozan de su presencia en la Iglesia triunfante en el cielo. Dice el Apocalipsis que son una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, expresado simbólicamente en el número de 144,000, es decir una cifra que resulta de multiplicar 12 (número de las tribus de Israel) x 12 (número de los apóstoles) x 1000 (un número que expresa una gran cantidad).

 

 

«…tantos santos desconocidos, nuestros familiares, conocidos de nuestro pueblo, hombres y mujeres que en su vida cooperaron con la gracia…»

Estos hermanos tuvieron dificultades en su vida, ningún ángel les apartó las piedras del camino, cargaron con su cruz, no huyeron del mundo y las tentaciones siempre los acompañaron. Muchos cayeron y volvieron a levantarse. Y finalmente vencieron en la batalla después de pasar por la gran tribulación y ahora están delante del trono de Dios y del Cordero. Ellos ayudaron a los demás, fueron honrados, buenos compañeros, supieron perdonar las ofensas, ser fieles a su esposa, no se avergonzaron de su religión, se alimentaban de la oración, vivieron alegres aún en medio de dificultades, supieron compartir, pusieron en primer lugar a su familia y le enseñaron a sus hijos a amar a Dios…Ellos son santos, son ejemplo para nosotros, su vida nos dice que “si se puede”, que “el camino de la bienaventuranzas es realmente un camino de gozo y plenitud”.

Las bienaventuranzas son un resumen de las enseñanzas de Jesús, nos muestran el modo de vivir cristiano que es una imitación del modo de vivir de Cristo. Subiendo al monte, como Moisés en el Sinaí, Jesús, el nuevo Moisés, nos da su enseñanza, que revela una felicidad paradójica, pues vincula maravillosas promesas a exigencias extraordinarias.
La felicidad no está en sufrir, en las lágrimas, sino en la actitud de apertura y sencillez de los pobres, los sencillos, los humildes, los desapegados de los bienes, los pacíficos, quienes se encuentran en una situación más propicia para recibir el don del reino, ellos son felices porque son fieles a los valores verdaderos aunque tengan problemas por esto.


Las bienaventuranzas son un proyecto de felicidad que pasa por la imitación de Cristo, es decir, pasa por la entrega de sí mismo y por la cruz. Jesús proclama bienaventurados a los que el mundo llama desafortunados: los pobres, los perseguidos, los hambrientos de justicia… porque su riqueza, su máximo bien es Dios, el único capaz de colmar el deseo insaciable de felicidad del hombre.

Son felices los misericordiosos pues viven en sintonía con Dios que es rico en misericordia.

Las bienaventuranzas denuncian la ilusión de las cosas del mundo que no ofrecen una felicidad estable y definitiva. Por eso son felices los pobres de espíritu, que tienen su riqueza en Dios y aceptan su voluntad, más allá de la autosuficiencia de los ricos cerrados en sus bienes caducos. Son felices los que lloran porque Dios está cerca de ellos y les consuela. Son felices los mansos, porque sólo se apoyan en Dios para reivindicar sus derechos y rechazan el camino de la violencia. Son felices los que tienen hambre y sed de justicia, es decir, de hacer la voluntad de Dios, hambre de Dios, porque Dios les saciará con sí mismo. Son felices los misericordiosos pues viven en sintonía con Dios que es rico en misericordia. Son felices los limpios de corazón, porque el pecado impide ver a Dios, sólo a quien está limpio de pecado le es posible ver a Dios, descubriéndolo en los acontecimientos y personas. Son felices los que trabajan por la paz, serán reconocidos como hijos de Dios. Son felices los perseguidos por su fidelidad porque comparten el camino de la cruz y compartirán la gloria de la resurrección.

Jesús en su vida ha llevado a plenitud lo que ha enseñado: Él es el pobre, el pacífico, el misericordioso, el limpio de corazón, el perseguido y ahora glorificado.
En los orígenes de la Iglesia se reconocía el testimonio de los mártires, que derramaron su sangre por la fe, y se pedía su intercesión. Después de los confesores, es decir de aquellos que confesaron su fe con el testimonio de su vida diaria aunque no derramaran su sangre. Al principio se proclamaba “Santo” a alguien por aclamación popular. Ahora hay un proceso de canonización donde se comprueba que una persona ha vivido durante su vida las virtudes de manera heroica y después de un milagro por su intercesión se le propone oficialmente como modelo y se aprueba el pedir públicamente su intercesión. Sin embargo, son muchísimos más los que no son canonizados aunque podrían serlo, a ellos recordamos y celebramos en esta Solemnidad.

Desde el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel fue consciente de que Dios es Santo y pide la santidad de su pueblo: “Sean santos como yo soy santo” dice el Levítico. Cada uno puede santificarse en su estado de vida, con sus cualidades y limitaciones, cumpliendo con sus obligaciones diarias y abriéndose a la gracia de Dios.
Hoy diremos en el Credo una vez más: “Creo en la Iglesia que es Una, SANTA, Católica y Apostólica”. La Iglesia somos todos nosotros, y somos pecadores, por lo tanto la Iglesia es pecadora pero la Iglesia es santa porque Cristo su fundador es Santo, porque le ha dado los medios para santificarse, porque la santidad de Dios brilla en sus miembros.

Hoy diremos en el Credo una vez más: “Creo en la Iglesia que es Una, SANTA, Católica y Apostólica”. La Iglesia somos todos nosotros, y somos pecadores, por lo tanto la Iglesia es pecadora pero la Iglesia es santa porque Cristo su fundador es Santo, porque le ha dado los medios para santificarse, porque la santidad de Dios brilla en sus miembros.
Esforcémonos por hacer la voluntad de Dios. Pidamos la intercesión de nuestros hermanos que están en el cielo. Y agradezcamos a Dios por tantos modelos de vida que tenemos en los santos, en ellos resplandece la gloria de Dios.

“Creo en la Iglesia que es Una, SANTA, Católica y Apostólica”. La Iglesia somos todos nosotros…

es santa porque Cristo su fundador es Santo

Pbro. Abel Cardona de Lara