Domingo de Pentecostés

Domingo de Pentecostés

Domingo de Pentecostés

 

  

Juan 20, 19-23

Una etapa de extraordinario relieve alcanzamos con la celebración de la Pascua del Espíritu Santo. Con delicada y perseverante solicitud, Jesús resucitado ha venido preparando a su Iglesia para esta solemnidad que ofrece, no solo descanso en la andadura, sino un fuerte impulso hacia metas siempre nuevas y cada vez más atrayentes.

El misterio del Espíritu Santo, aunque inabarcable en toda su profundidad y grandeza, incita al creyente a continuar ahondando para vivirlo en alabanza y bendición incesantes.

La mente humana, encumbrada por la fe, disfruta de una lluvia de imágenes que le sirven para alzar el vuelo en busca de lo que solo en apariencia está lejos, porque, en realidad, se trata de lo más cercano a todo bautizado, íntimo y estable a la vez. Las representaciones que desfilan ante la consideración de los reunidos hoy en gozosa comunión son de lo más variado y esencial. Todas ellas ayudan a penetrar hasta el núcleo de la realidad simplicísima del Espíritu Santo. Bien es sabido que los humanos precisamos de lo diverso para llegar al misterio de Dios, que es unidad en la trinidad.

En ayuda de nuestra inteligencia reflexiva viene la percepción de la luz, el viento, el agua, el fuego, la brisa, el calor y el aliento. Nada de todo esto se encubre a la rica sensibilidad con que Dios ha dotado a su criatura racional. Todo lo demanda un servicio centrado en la indagación del misterio, con el fin de hacerlo vida en la dimensión personal y compartirlo generosamente en círculos inacabables.

El Espíritu Santo unifica a los creyentes, a semejanza de la magnitud del lago, que se forma como resultado de innumerables gotas. La energía unificadora del Espíritu, como la del agua, mueve, produce vida, apaga la sed, lava, riega, alegra con su rumor inimitable, embellece, descansa, proporciona vías para arribar a deseados puertos.

El Espíritu Santo, igual que el fuego, dispone hogares de familia, luminosos y bien caldeados, con vocación de comunidad en la que ningún redimido permanezca a la intemperie. El corazón de esta brasa está compuesto íntegramente de amor. Impulsa a enriquecerse y no menos a caldear, como un sol que no conoce desgaste, ni ocaso.

“Recibid al Espíritu Santo”

El Espíritu Santo, como el aire o el viento, se deja sentir de manera múltiple: casi imperceptible, sutil, más leve que grave, a manera de brisa, claro, noble, inmenso, vehículo de la palabra. En circunstancias sopla con fuerza, levanta oleaje, transporta humedad saludable, arrastra las nubes y hasta las disipa. Es origen de fuerza invisible, mueve, aleja la atmósfera contaminada, prepara la tierra para la siembra, madura las cosechas, surca el firmamento, lo llena todo hasta lo más recóndito, aunque sea menos perceptible que los demás elementos.

En una palabra, lo que es el alma para nuestro cuerpo, es el Espíritu para el Cuerpo eclesial y para cada uno de los integrantes. En comunión persistente con Jesús, que es la cabeza, no deja de alentar a los miembros, que somos nosotros. Proporciona siempre aires nuevos. Se originan sin cesar de las llagas gloriosas del Redentor, que ya no muere más. En Él está la vida que ha comenzado en las fuentes bautismales. De su Espíritu manan los carismas con que se enriquece la Iglesia, impregnados todos de amor, que son como llama viva e inextinguible. Dan consistencia al universo, son camino de santidad para todas las naciones. Continúan en el hoy de la historia realizando aquellas maravillas que se exteriorizaron en el primer Pentecostés.

Fray Vito T. Gómez García O.P.

Dios se vale de todo…

Dios se vale de todo…

testimonio vocacional

ERICK jOSÉ aLVARADO MÁRQUEZ

nos llama a la vida

Mi nombre es Erick José Alvarado Márquez. Nací en Acapulco, Guerrero, el 21 de octubre de 1987. Soy de la Parroquia de Nuestra Señora del Refugio, en Sandovales. Mis padres son José Alvarado Sánchez y Abigaíl Márquez Bello. Somos cuatro hijos: dos mujeres y dos somos hombres, de los cuales, yo soy el mayor.

 

Mi llamado surge de una manera muy misteriosa. Me encontraba en una etapa de mi vida un poco difícil, porque mi padre estaba enfermo y no sabía qué era lo que tenía. Entonces, yo vivía en Estados Unidos. Creo que Dios se vale de todo para ponernos en el camino que él quiere. Después de un tiempo, cuando mi padre se encontraba a un enfermo, decide ir a un retiro que le cambió la vida. Mis padres se encontraban alejados de Dios, eran católicos de nombre. Pero gracias a ese retiro mi padre supera la enfermedad y comienza una conversión para él. La conversión llegó también a mí; asistí a ese retiro, el cual significó un “empujoncito” para conocer a lo que Dios me llamaba.

experiencia de

mi vocación

mi regalo, mi vocación

Al conocer a Dios, ya no podemos ser iguales, y creo que más de uno lo ha experimentado. Después de eso, decido servir dentro de la misma iglesia; es ahí donde comienza la búsqueda de la respuesta a la pregunta que tal vez todo joven se hace, ¿Qué quieres de mi Señor? Pero no lograba encontrar respuesta; sirviendo y dando lo mejor de mí, había un vacío que no lograba llenar. Sentía que Dios me llamaba a algo más. Dios se valió de su propia palabra, de personas, y de las circunstancias para llegar hacia donde ahora estoy.

Al encontrar esa respuesta de lo que Dios me pedía, no voy a negar que me dio miedo, porque no conocía hacia dónde me dirigía; su palabra resonaba en lo interior:  SÍGUEME; pero Él iba poniendo los medios para lograr dar ese paso. Vivía en un país que no era el mío, muy difícil por el inglés, por otras culturas, pero aun así no me detuvo esa inquietud.

 Cuando estaba seguro que Dios me llamaba, decidí regresar a México; implicó un sacrificio que me costaría mucho, la separación de mi familia. En toda mi vida nunca me había separado de ella. Por lo cual, los primeros meses fueron muy duros. En el transcurso del tiempo, pierdo la esperanza de entrar en un seminario.

Cuando menos lo esperé, Dios ya estaba poniendo a una persona para ayudarme a entrar al Seminario de Aguascalientes. Yo, en mis planes, ya había decidido regresar a los Estados Unidos, pero Dios tenía otros planes. Dice un dicho popular:  “si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus planes”, eso sucedió conmigo. Gracias a un gran sacerdote y amigo mío, logré comenzar mi formación en el Seminario en el año 2017.

A pesar de que ha pasado cierto tiempo de haber ingresado al seminario, no me arrepiento de esta decisión. Sin duda, he tenido problemas y circunstancias que me llevan a “romperme”, pero hay algo que mi madre dice y que siempre lo recuerdo: las cosas fáciles no duran, en cambio las difíciles perduran; y así es el camino de Dios, cuesta mucho y dura para la eternidad.

Te pido que ores por nosotros, los seminaristas, para que el Señor de la mies se digne enviar santos sacerdotes, sacerdotes que estén verdaderamente dispuestos a dar la vida por el pueblo de Dios y a mostrar un Dios vivo. Oremos también por esos jóvenes que sienten el llamado a esta vocación, para que se atrevan a dar un Sí generoso. Y tú joven, no tengas miedo de seguir a Dios, con Dios nada pierdes, sino que lo ganas todo.

 

¿que quieres de mí señor?

momentos de mi vida

Misiones Frontera Centla Tabasco

vida en el seminario

Sin duda que la convivencia con los amigos y compañeros hace que la vida en el seminario sea más alegre.

compartiendo amistad

Los compañeros son como la segunda familia que Dios te da.

cercania con los jovenes

En distintas pastorales sirviendo a la juventud en su formación.

experiencias inolvidables 

 Paseando en Cayuco por los pantanos de Centla, fue inolvidable.

 

compartiendo la alegría

Disfrutamos de la vocación con los distintas conviviendo en distintas fiestas internas.

en el hueco de tus dulces manos

Bajo la protección de Nuestra Madre, encomiendo mi vocación.

 

las cosas fáciles no duran, 

en cambio las difíciles perduran

 

Homilía, VI domingo de Pascua

Homilía, VI domingo de Pascua

Homilía

VI DOMINGO DE PASCUA

A ustedes los he llamado amigos

Hoy celebramos el último domingo antes de las solemnidades de la Ascensión y Pentecostés, que cierran la Pascua. Si a lo largo de estos domingos Jesús resucitado se nos ha manifestado como el Buen Pastor y la vid a quien hay que estar unido como los sarmientos, hoy nos abre de par en par su Corazón.

Naturalmente, en su Corazón sólo encontramos amor. Aquello que constituye el misterio más profundo de Dios es que es Amor. Todo lo que ha hecho desde la creación hasta la redención es por amor. Todo lo que espera de nosotros como respuesta a su acción es amor. Por esto, sus palabras resuenan hoy: «Permanezcan en mi amor» (Jn 15,9). El amor pide reciprocidad, es como un diálogo que nos hace corresponder con un amor creciente a su amor primero.

Un fruto del amor es la alegría: «Les he dicho esto, para que mi gozo esté en ustedes» (Jn 15,11). Si nuestra vida no refleja la alegría de creer, si nos dejamos ahogar por las contrariedades sin ver que el Señor también está ahí presente y nos consuela, es porque no hemos conocido suficientemente a Jesús.

Dios siempre tiene la iniciativa. Nos lo dice expresamente al afirmar que «yo los he elegido» (Jn 15,16). Nosotros sentimos la tentación de pensar que hemos escogido, pero no hemos hecho nada más que responder a una llamada. Nos ha escogido gratuitamente para ser amigos: «No los llamo ya siervos (…); a ustedes los he llamado amigos» (Jn 15,15).

En los comienzos, Dios habla con Adán como un amigo habla con su amigo. Cristo, nuevo Adán, nos ha recuperado no solamente la amistad de antes, sino la intimidad con Dios, ya que Dios es Amor.

Todo se resume en esta palabra: “amar”. Nos lo recuerda san Agustín: «El Maestro bueno nos recomienda tan frecuentemente la caridad como el único mandamiento posible. Sin la caridad todas las otras buenas cualidades no sirven de nada. La caridad, en efecto, conduce al hombre necesariamente a todas las otras virtudes que lo hacen bueno».

"Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro"