
VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Homilía del Domingo VI del Tiempo Ordinario

P. José Juan Vázquez Rincón
Homilía
Nada por encima de la ley dada por Dios a Israel. Ese es el punto de vista fundamental que nos comparte el Señor Jesús al comienzo del Evangelio. Jesús enseña el verdadero valor de la Ley que Dios había dado al pueblo hebreo a través de Moisés y la perfecciona aportando, con autoridad divina, su interpretación definitiva. Jesús no anula los preceptos de la Antigua Ley, sino que los interioriza, nos enseña a llevarlos a cabo con la finalidad de perfeccionar su contenido a todo aquello que ya estaba implícito en ellos para entenderlos con mayor profundidad.
Vemos pues que, después de haber enseñado el valor de la Ley, puntualiza su verdadero cumplimiento, de modo que va más allá de una observancia meramente formal, por lo que lo ejemplifica con las «antítesis». El Señor Jesús nos lleva a la interiorización de los mandamientos para ir evitando todo tipo de palabrerías, pero sobre todo a darnos cuenta que cada uno nos presentaremos ante el tribunal de Dios a rendirle cuentas de las acciones que en vida realizamos.

Jesús indica tres faltas que podemos cometer contra la caridad en las que puede apreciarse una gradación.
- Comienza con la «ira», es decir, una irritación interna, en la que si no se logra a controlar provoca un sentimiento de enfado muy grande y violento, que predispone al insulto.
- El insulto, esta acción leva a ofender o humillar a una persona. Literalmente habría que traducirla «raca». Réqá’ era una exclamación de gran desprecio que usaban los judíos, es una palabra aramea difícil de traducir: equivale a lo que hoy podríamos entender por necio, estúpido o imbécil.
- Maldecir, supone la mayor ofensa, pedir y desear que le ocurra un mal a alguien; se pierde todo el sentido moral y religioso.
El texto nos enseña también la importancia de los pecados internos contra la caridad —el rencor, el odio, etc.— que fácilmente desembocan en otros externos: la murmuración, la injuria, la calumnia, etc.
Otro aspecto que se destaca en el Evangelio como precepto de la Antigua Ley es sobre el tema del adulterio, el deseo de la mujer del prójimo. En este sentido el Señor Jesús condena la mirada pecaminosa, haciendo énfasis «si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”». Este modo de hablar no significa que nos debamos mutilar físicamente sino luchar sin concesiones, estando dispuestos a sacrificar todo aquello que pueda ser ocasión clara de ofensa a Dios. Sus palabras tan gráficas, previenen
principalmente acerca de una de las más frecuentes ocasiones, por lo tanto es la advertencia al cuidado que debemos tener con las miradas.

Mención especial merece la cuestión del divorcio. La Ley de Moisés (Dt 24,1-4) lo había tolerado por la dureza de corazón de los antepasados. Jesús restablece la originaria indisolubilidad del matrimonio tal como Dios lo había instituido (Gn 1,27; 2,24; Ef 5,31). La frase «excepto en el caso de fornicación» no es una excepción del principio de la indisolubilidad del matrimonio que Jesús acaba de restablecer. La mencionada cláusula se refiere, probablemente, a uniones admitidas como matrimonio entre algunos pueblos paganos, pero prohibidas, por incestuosas, en la Ley mosaica (Lv 18) y en la tradición rabínica. Se trata, pues, de uniones inválidas desde su raíz por algún impedimento.
Estas palabras pronunciadas por el Señor Jesús, que nos transmite san Mateo, nos deben animar a sentirnos responsables ante Dios para nuestro proceso de crecimiento espiritual personal. Un estilo de vida auténticamente cristiano, va a manifestar frutos. No es nada fácil seguir a Cristo, el camino es estrecho y exigente, pero es él quien nos da los medios y la fortaleza por poder llevar a cabo el proyecto que nos ha marcado para producir sus frutos en nuestra persona.
Recordemos que, en el domingo anterior, el mensaje del Señor se centraba en que debemos ser sal y luz para el mundo, hoy encontramos más elementos que nos ayudan a realzar esta tarea cristiana. Cristo es la luz que vino para alumbrar al mundo, a iluminar a todos los hombres, no de modo superficial, sino que, a través de la acción del Espíritu Santo, nos envía a ser lámparas con un compromiso serio al compartir su riqueza con una vida santa y apostólica.
Centremos nuestra atención en vivir los preceptos divinos con una verdadera “caridad”, pues es ella la que ha de ser la virtud primera para aquel que ha decido seguir a Cristo. Como bautizados luchemos cada día por realizar nuestra labor, procurando expresar con obras nuestro amor a Dios, manifestándolo a quienes nos rodean. «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4,20); es en el prójimo donde se descubre, de un modo misterioso pero real, a nuestro Señor que está presente en la vida de los que coloca a nuestro lado.

Por la Virtud.
Por la Fe.
Por la Doctrina.

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