El Ayate y la imagen de la Virgen de Guadalupe

Pbro. Alejandro Hernández Avelar
Fe y espiritualidad
El ayate o la tilma era, para el indígena, una prenda de vestir y a la vez utilizada para cargar, de tal manera que de ordinario eran largas y amplias, era muy común que las utilizaran para abrigarse del frio, para dormir, incluso como le he dicho antes para cargar, lo amarraban por detrás del cuello dejándolo caer por delante para poder transportar algún material. Su fabricación era algo muy común en su ambiente y los podía tejer de diferentes fibras vegetales, como de palma, maguey, agave u otra fibra.
Fue en una de estas prendas en la que, la mañana del 12 de diciembre de 1531, san Juan Diego coloco las rosas que llevaría al Sr. Obispo como la prueba que éste pedía para creer en su palabra, y en la que quedo impresa la Imagen de Santa María de Guadalupe. Algo que ha maravillado a lo largo de ya casi 500 años es la durabilidad de esta prenda, a pesar de que durante muchos años estuvo sin ninguna protección, al alcance de los peregrinos, en un lugar muy húmedo y lleno de salitre. Cuando en 1666 se realiza un estudio a la Imagen, las personas que lo realizaron afirmaron: “Por el tacto, en la materia de que consta la imagen no se halla ningún principio, señales y muestras de corrupción, y aunque al parecer es una materia seca y áspera “no es bastante hasta tan largo tiempo para no haberse corrompido”. No puede haber causa natural para que no se haya empobrecido. Siendo ésta una materia porosa, por la parte posterior no se descubre el color verde que se ve en otros materiales […]”. (Informaciones jurídicas de 1666)
Cuando se realiza otro estudio del ayate para conseguir la misa y oficio propio de la Virgen de Guadalupe el 30 de abril de 1751, el pintor Miguel Cabrera escribe en su obra Maravilla Americana: “Lo cierto es que no había menester el lienzo, en que está delineada la sagrada imagen, tan poderosos contrarios para acaba dentro de breve tiempo; bastaba sólo la materia de que se compone, para que a poco tiempo se deshiciera y para que lo lloráramos ya destruido. Razón, por que juzgo, que debemos atribuir esta rara conservación a especial privilegio, que goza por estar pintada en él la sagrada imagen…”.

Sin duda la durabilidad y resistencia al tiempo y sus inclemencias nos hablan de por sí de un gran milagro y del amor de Dios. La durabilidad de estas prendas es de aproximadamente 20 años.
Otro dato importante sobre este signo de amor de Dios a los hombres es las características de la imagen. El mismo Miguel Cabrera nos cuenta que la tilma no tiene apareje, esto es la preparación que tiene que tener un lienzo antes de poder aplicar la pintura: “de donde necesariamente se infiere la total falta de aparejo; pues a tener alguno fuere naturalmente imposible que se vieran los colores transportados por el reverso del lienzo” también nos habla de cuatro técnicas de pintura que se han encontrado en la imagen que hablando humanamente es casi imposible poder combinarlas entre sí con tanta perfección: “son cuatro especies o modos de pintura, que en Guadalupe se admiran ejecutadas: al óleo una, otra al temple, aguazo otra, y labrada al temple la otra. De cada una de estas especies tratan los facultativos, pero de la misma o conjunción de las cuatro en una sola superficie, no hay autor, no sólo que la haya practicado, pero ni que haga memoria de ella: y yo pienso que hasta que apareció esta pintura de Guadalupe, ninguno la había imaginado…”.

Sin duda el ayate o tilma en el que está grabada la imagen de Santa María de Guadalupe, nunca dejara de sorprendernos, se puede decir que es una carta escrita por Dios con un gran mensaje de amor maternal que nos invita a ponernos bajo la protección Virginal de María, para que ella nos conduzca al verdadero Dios por quien se vive. Este escrito está lleno de signos de acogida, de amor como lo podemos ver en su propio rostro mestizo, el color de una nueva raza desprotegida ya desde 1554, en sus diálogos Francisco Cervantes se expresa así del mestizo: “en efecto, aquel pueblo nuevo de morena tez, desposeído en la propia tierra, reducido a cruel orfandad, eran los mestizos, seres que resultaban incómodos a las dos sociedades antagónicas que les habían dado origen, cada una de las cual veían en ellos no a una parte de su sangre, sino al representante de la parte contraria”. A estos desprotegidos y no queridos por nadie ella los toma como suya y se identifica como Madre suya, “no estoy yo aquí que soy tu Madre”, les da una identidad, y los hace sentir queridos por ella. Sus manos que también son un signo de acogida y que invitan a caminar juntos, una mano más blanca y delgada, la otra más gruesa y oscura que son signo del mestizaje de ese momento en la Nueva España, sus manos son signo de unidad y oración, una invitación a la reconciliación a verse ambas razas como verdaderos hijos de un Verdadero Dios, los que antes estaban separados y se veían con cierto recelos o rivalidad, ahora son reconciliados por la Madre celestial, quien con sus manos parece construir una casa para todos en donde se unirán por la oración. Sin duda otro signo muy importante en la imagen de la Santísima Virgen es la flor de cuatro pétalos o tilma Ollin, (cuatro movimientos), que se ubica en el centro de la túnica, es una flor única no se ve en ninguna otra parte de la imagen, una flor que representa la divinidad, Santa María es portadora de la divinidad, nos trae al verdadero Dios por quien se vive, y nos lo deja muy claro en su mensaje, no es ella el centro de su mensaje, ni es para ella el templo que pide se le construya sino para en él mostrarnos a Dios, que es el centro de su vida y que nos invita a que también sea lo mismos para cada uno de nosotros: “Mucho quiero, ardo de deseos de que aquí tengan la bondad de construirme mi tiempecito, para allí mostrárselo a ustedes, engrandecerlo, entregárselo a Él, a Él que es todo mi amor, a Él que es mi mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, Él que es mi mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, a Él que es mi salvación”. (Nican Mopohua 26-28)
Podemos ver pues que la tilma es un verdadero signo de amor de Dios para con el hombre, pero hay que saber mirarla con humildad para descubrir en ella ese mensaje que Dios tiene para cada uno de nosotros.

Bibliografía
Arturo Rocha, La llave de Guadalupe, ed. Miguel Ángel Porrúa, México, 2014.
Eduardo Chávez, Informaciones Jurídicas de 1666, instituto Superior de estudios Guadalupanos, México, 2019.
Miguel Cabrera, Maravilla Americana, Imprenta del Real y más antiguo Colegio de san Ildefonso, México, 1756.
José Luis G. Guerrero, Aquí se cuenta… el gran acontecimiento, editorial Realidad, teoría y práctica, S.A. DE C.V. Cuautitlán, Edo. De México, México, 2003.
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