III DOMINGO DE CUARESMA

III DOMINGO DE CUARESMA

Homilía del Domingo III de Cuaresma

 

SS BENEDICTO XVI

Homilía

Lectura del santo evangelio según san Juan (Jn 4, 5-42)

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía.

Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber”. (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contestó: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no tratan a los samaritanos). Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”.

La mujer le respondió: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?” Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

La mujer le dijo: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. Él le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”.

La mujer le dijo: “Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.

La mujer le dijo: “Ya sé que va a venir el Mesías (es decir, Cristo). Cuando venga, él nos dará razón de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.

En esto llegaron los discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’ Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba.

Mientras tanto, sus discípulos le insistían: “Maestro, come”. Él les dijo: “Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos comentaban entre sí: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿Acaso no dicen ustedes que todavía faltan cuatro meses para la siega? Pues bien, yo les digo: Levanten los ojos y contemplen los campos, que ya están dorados para la siega. Ya el segador recibe su jornal y almacena frutos para la vida eterna. De este modo se alegran por igual el sembrador y el segador. Aquí se cumple el dicho: ‘Uno es el que siembra y otro el que cosecha’. Yo los envié a cosechar lo que no habían trabajado. Otros trabajaron y ustedes recogieron su fruto”.

Muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él al oír su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el salvador del mundo”

Queridos hermanos y hermanas:

Este tercer domingo de Cuaresma se caracteriza por el célebre diálogo de Jesús con la mujer samaritana, narrado por el evangelista san Juan. La mujer iba todos los días a sacar agua de un antiguo pozo, que se remontaba a los tiempos del patriarca Jacob, y ese día se encontró con Jesús, sentado, «cansado del camino» (Jn 4, 6). San Agustín comenta: «Hay un motivo en el cansancio de Jesús… La fuerza de Cristo te ha creado, la debilidad de Cristo te ha regenerado… Con la fuerza nos ha creado, con su debilidad vino a buscarnos» (In Ioh. Ev., 15, 2). El cansancio de Jesús, signo de su verdadera humanidad, se puede ver como un preludio de su pasión, con la que realizó la obra de nuestra redención. En particular, en el encuentro con la Samaritana, en el pozo, sale el tema de la «sed» de Cristo, que culmina en el grito en la cruz: «Tengo sed» (Jn 19, 28). Ciertamente esta sed, como el cansancio, tiene una base física. Pero Jesús, como dice también Agustín, «tenía sed de la fe de esa mujer» (In Ioh. Ev., 15, 11), al igual que de la fe de todos nosotros. Dios Padre lo envió para saciar nuestra sed de vida eterna, dándonos su amor, pero para hacernos este don Jesús pide nuestra fe. La omnipotencia del Amor respeta siempre la libertad del hombre; llama a su corazón y espera con paciencia su respuesta.

En el encuentro con la Samaritana, destaca en primer lugar el símbolo del agua, que alude claramente al sacramento del Bautismo, manantial de vida nueva por la fe en la gracia de Dios. En efecto, este Evangelio, como recordé en la catequesis del miércoles de Ceniza, forma parte del antiguo itinerario de preparación de los catecúmenos a la iniciación cristiana, que tenía lugar en la gran Vigilia de la noche de Pascua. «El que beba del agua que yo le daré —dice Jesús—, nunca más tendrá sed. El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4, 14). Esta agua representa al Espíritu Santo, el «don» por excelencia que Jesús vino a traer de parte de Dios Padre. Quien renace por el agua y el Espíritu Santo, es decir, en el Bautismo, entra en una relación real con Dios, una relación filial, y puede adorarlo «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23.24), como revela también Jesús a la mujer samaritana. Gracias al encuentro con Jesucristo y al don del Espíritu Santo, la fe del hombre llega a su cumplimiento, como respuesta a la plenitud de la revelación de Dios.

Cada uno de nosotros puede identificarse con la mujer samaritana: Jesús nos espera, especialmente en este tiempo de Cuaresma, para hablar a nuestro corazón, a mi corazón. Detengámonos un momento en silencio, en nuestra habitación, o en una iglesia, o en otro lugar retirado. Escuchemos su voz que nos dice: «Si conocieras el don de Dios…». Que la Virgen María nos ayude a no faltar a esta cita, de la que depende nuestra verdadera felicidad.

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo 27 de marzo de 2011

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I DOMINGO DE CUARESMA

I DOMINGO DE CUARESMA

Homilía del Domingo I de Cuaresma

 

Pbro. Miguel Ángel Román.

Homilía

Hemos iniciado la Cuaresma, un tiempo propicio para recogernos, para ir al “desierto”, ante tanto ruido…
La Iglesia nos motiva y alienta con las enseñanzas de Jesús y con la liturgia, a aplicarnos las actitudes propias que todo buen cristiano tiene que vivir para prepararse a la Pascua del Señor, el acontecimiento más importante de nosotros los cristianos. Es decir, nos anima a dar el paso de la muerte a la vida, a hacer a un lado el pecado, a quitar esas amarras que me impiden volar y gozar de los beneficios de la verdadera libertad y felicidad que todo hombre está llamado a tener en Cristo: la experiencia de poseer a Dios, de vivirlo, de proyectar esos beneficios a los demás.
Pero al hombre de hoy y de todos los tiempos se le presentan siempre diversas tentaciones que le nublan el camino y se pierde muchas veces en el placer, en el tener, en el poder y la gloria de este mundo.
Con la narración de la caída de nuestros primeros padres (1ª. lectura), queda claro que la situación actual del hombre no es la querida por Dios. La tentación es un problema de elección. El mandamiento era la llamada a la libertad del hombre, el cual se encuentra entre dos afirmaciones: la verdad de la serpiente y la Verdad de Dios, y se inclinó por la de la serpiente -Satanás-, padre de la mentira.
Pero san Pablo, en la 2ª lectura, nos hace ver con la antítesis Adán-Cristo, que el orden de la salvación es superior al de la perdición, pues “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”.

Y aparece Jesús, el hombre libre que nos enseña a usar la libertad para el bien. Es la enseñanza del Evangelio de hoy. Al Adán de la primera lectura que busca su realización en la autonomía absoluta, el Evangelio contrapone la actitud de Jesucristo que reconoce plenamente la subordinación al plan del Padre.
Jesús, hombre como nosotros, es tentado, y a pesar de esta debilidad, la debilidad real del hombre, Jesús triunfará porque tiene total confianza en su Padre. Por eso, contemplar a Jesús significa verse siempre levantado hacia el Padre y entrar en esperanza.
Pero rechaza radicalmente la idea demoníaca: la tentación de utilizar para sí, para su hambre, para su gloria, el poder de Dios.
Lo que Jesús es en el momento de las tentaciones, lo será a lo largo de toda su vida pública, inquebrantablemente. Este combate contra Satanás, nos hace descubrir en Jesús, su inteligencia de la palabra de Dios y lo absoluto de su confianza: el hombre VIVE DE DIOS; el hombre NO PONE A PRUEBA EL PODER DE DIOS; el hombre NO ADORA MÁS QUE A DIOS.
Cristo, como dice san Agustín, “hubiera podido impedir la acción tentadora del Diablo, pero entonces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras aprendido de Él a vencerla”. El Papa Benedicto XVI advertía: “El Diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal”.

Por eso debemos estar muy atentos porque el Diablo sí existe y nos quiere engañar, haciéndonos creer precisamente ¡que no existe! Tanta maldad testimonia su terrible existencia y maléfica actualidad. Pero la principal prueba de su existencia es el pasaje del evangelio de hoy, y prueba son también los muchos santos que han luchado en vida contra el príncipe de las tinieblas. No son quijotes que pelearon contra molinos de viento. Al contrario: fueron hombres y mujeres concretos y de psicología sanísima.
Expulsado por la puerta, el Diablo ha entrado por la ventana. O sea, expulsado por el rechazo de la fe, ha vuelto a entrar por la superstición. El Demonio sólo quiere la destrucción de la creatura a quien Dios tanto ama: el ser humano.
Por eso debemos cuidarnos, ayudados siempre de la gracia divina, evitando toda clase de esoterismo: amuletos, magia negra, lectura de cartas, manos, café, horóscopos, güija, tarot, limpias, la “santa muerte”, supersticiones tontas, etc. El apóstol San Pedro nos advierte: “Sean sobrios, estén despiertos: su enemigo, el Diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar; resístanlo, firmes en la fe” (1Pe 5,8-9).
Al igual que Jesús, que se retira al desierto a hacer oración, penitencia y ayuno, nosotros debemos aprovechar esta Cuaresma para recogernos y hacer estas nobles prácticas: orar, como un signo de apertura a Dios; dar limosna, como muestra de apertura a los demás; ayunar, como expresión de dominio de sí, ayuno de “comerse” a los demás, y ayuno de mis sentidos y vicios. Practicando esto, venceremos al Demonio. 

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VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Homilía del Domingo VII del Tiempo Ordinario

 

PBRO. JOSÉ ÁNGEL MÁRQUEZ GONZÁLEZ.

Homilía

Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen. Que podemos hacer los creyentes ante esta suplica de Jesús, ya que no podemos borrarlas del evangelio, ni de nuestra propia conciencia. A lo largo de la historia no cambia mucho la actitud humana, frente a los signos de bondad o de maldad. En el siglo V.a.C. el ateniense Lisias, en una formula griega decretaba: uno tiene que hacer daño a sus enemigos y ponerse al servicio de sus amigos.

Las palabras del relato evangélico en labios de Jesús son muy revolucionarias, y de una exigencia mayor, cuando Jesús habla del amor a los enemigos no solo está pensando en un sentimiento de  afecto y cariño hacia él, menos aún en una entrega apasionada, sino en una relación radicalmente humana de interés positivo por su persona.

Así el pensamiento de Jesús, ubica que la persona es humana, cuando tiene como base la actuación del verdadero amor. Ni siquiera la relación con los enemigos deberá ser una excepción. Quien es verdaderamente humano siempre y en todo momento respeta la dignidad humana del enemigo, no vive maldiciéndole, sino que deberá de procurar el bien real como una actitud positiva a su dignidad como ser personal.

Es necesario que el amor universal alcance a todos y busque realmente el bien de todos, sin exclusiones, la aportación más positiva y humana que los cristianos pudiéramos entregar al mundo es precisamente el amor y el perdón no hay otra forma de erradicar la violencia.

Es verdad que esté amor al enemigo parece imposible por tanta injusticia que se comente en nuestro tiempo, y pareciera hasta irritante, cuando tenemos que perdonar, pero solo el amor es la mejor manera de liberarnos de la deshumanización que genera odio y violencia.

Pueden existir dos cosas que los cristianos tenemos que realizar en este mundo, aun a pesar de ser rechazados: amar al delincuente injusto y violento, pero sin justificar su falta cometida. Que implica amar al pecador pero no amar su pecado. Por eso las palabras de Jesús de amar a los enemigos nos comprometen a vivir en la fraternidad y no en el fratricidio. Amar a los enemigos no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Lo mejor que Jesús nos enseña es que no se lucha contra el mal cuando se destruye a las personas, hay que buscar la destrucción del mal pero la dignificación de las personas.

Jesús nos invita a vivir en la no violencia, y a hacer violencia a la violencia, buscando la transformación y la dignificación. Todos tenemos necesidad de una constante conversión, de buscar ser cordiales y serviciales con los demás, Amar al prójimo implica hacer el bien, vivir en la verdad y en la amabilidad.

Toda caridad cristiana debe de realizarse adoptando en la persona una actitud cordial de simpatía, solicitud y afecto, superando posturas de antipatía, indiferencia o rechazo. El modo de amar se condiciona siempre a la sensibilidad de las personas, la riqueza afectiva a la capacidad de comunicación de cada uno, pero el amor cristiano, promueve la cordialidad, el afecto sincero, y la amistad entre las personas. Por eso Jesús nos invita a amar más allá de nuestras propias actitudes no solo a los amigos, sino también a los enemigos. Si amas a los que te aman que méritos tienes, ahí la invitación de amar a los que no nos aman.

Feliz Domingo, a gastar la vida amando.

Bibliografía: El camino abierto por Jesús.  Pbro. José Antonio Pagola.

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V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Juan Carlos Mena Baltazar

Fe y espiritualidad

Queridos hermanos y hermanas:
“Ustedes son la sal de la tierra… ustedes son la luz del mundo” Hoy
resuenan en nuestro corazón estas palabras del Señor que nos hablan de la
vocación de todo cristiano, estamos llamados a ser santos, a transformar toda
nuestra realidad a la luz del amor de Dios.
El gran Papa Benedicto XVI, recientemente fallecido, escribió en su carta
Encíclica “Dios es amor” que: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede
expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva”. (Deus caritas est 1)
Los discípulos se han encontrado con un maestro diferente, él habla con
autoridad y está revestido del poder de Dios. A través de sus milagros y
palabras, tocando esas manos que bendecían, dejándose conquistar por esos ojos de mirada profunda, contemplando sus acciones llenas de compasión y ternura, descubrieron que Dios los amaba profundamente, que Jesús era más que un profeta, era el mismo Hijo de Dios que nos abría el camino para llegar a Dios Padre, el Abba, el Padre Todoamoroso que se derrite en cariño para con sus
hijos.

 

Este encuentro con aquel que es “Luz de Luz y Dios verdadero de Dios
verdadero” como decimos en el Credo, es decisivo, pues Jesús nos confronta
muy seriamente. Una vez que conocimos al Amor, no podemos quedarnos
como antes. Su Amor que es un Amor crucificado, como decía san Pablo en la
segunda lectura, un Amor que humilla la elocuencia del lenguaje, que confunde
a los sabios y entendidos, pero que es comprendido por los pobres y por la gente sencilla. Este Amor nos invita a cambiar de vida, y en ese vuelco, convertirnos nosotros mismos en Amor para los hermanos.
Ese encuentro con la persona viva de Cristo nos hace ser la sal que da sabor
a la vida amarga de tantos que sufren la incomprensión, la discriminación o la
falta de oportunidades. Somos capaces de convertirnos en la luz que envuelve
y reconforta, que alumbra y da calor al que se siente solo, desamparado, triste,
al que vive en la oscuridad de la desesperanza, del pecado o la incertidumbre.
La invitación de Jesús, tiene una manera muy concreta de llevarse a cabo,
el profeta Isaías nos da unas pautas para seguir: “Comparte tu pan con el
hambriento, abre tu casa al pobre sin techo, viste al desnudo y no des la espalda
a tu propio hermano”.
Esta invitación nos lleva a tener un auténtico seguimiento de Cristo Jesús,
a vivir de verdad el nombre de cristianos. Es prestarle a Jesús mis manos para
acariciar, abrazar y consolar. Es prestarle mis pies para acercarme al otro. Mi
boca para anunciarle la Buena Nueva. Es poner mi corazón en el Corazón de
Jesús para amar como el amó y entregarme por entero como él mismo lo hizo.

La caridad se puede ejercer de muchas maneras, con las más simples y que
incluso parecieran insignificantes podemos ir transformando nuestro entorno:
¡Cuántas cosas no cambiarían si dijéramos en más ocasiones por favor, gracias,
perdón! Si al comenzar el día, con una sonrisa en los labios, saludáramos con
un alegre ¡Buenos días! Si preguntáramos sinceramente ¿Cómo estás?
haciéndole saber a la otra persona que de verdad nos interesa su situación.
Todos podemos colaborar en el aseo de la casa, ayudar a cruzar la calle a un
ancianito o visitar a un enfermo. En esos detalles pequeños, vamos
construyendo un mundo mejor.
Que el Señor nos ayude a convertirnos en sal y luz del mundo, así como lo
han sido los grandes santos y cristianos que han puesto en alto los valores del
Reino de Dios, hacemos particular memoria de nuestro Papa Emérito Benedicto
XVI quien a través de sus escritos y su vida ha dado grandes regalos a la Iglesia
que amó con tanto empeño, que la intercesión de María Santísima también nos
ayude y fortalezca en el camino, que, aunque es duro y a veces pareciera que
tropezaremos, de su mano y de la del Señor no caeremos. ¡Que Dios nos bendiga
a todos!

 

 

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III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

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Santo Padre Francisco

Fe y espiritualidad

Lectura del santo evangelio según san Mateo

Mt 4, 12-23

Al enterarse Jesús de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea, y dejando el pueblo de Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí, para que así se cumpliera lo que había anunciado el profeta Isaías: tierra de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció.

Desde entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”.

Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron.

Andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando la buena nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia.

«Jesús comenzó a predicar» (Mt 4,17). Así, el evangelista Mateo introdujo el ministerio de Jesús: Él, que es la Palabra de Dios, vino a hablarnos con sus palabras y con su vida. En este primer domingo de la Palabra de Dios vamos a los orígenes de su predicación, a las fuentes de la Palabra de vida. Hoy nos ayuda el Evangelio (Mt 4, 12-23), que nos dice cómo, dónde y a quién Jesús comenzó a predicar.

1. ¿Cómo comenzó? Con una frase muy simple: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» (v. 17). Esta es la base de todos sus discursos: Nos dice que el reino de los cielos está cerca. ¿Qué significa? Por reino de los cielos se entiende el reino de Dios, es decir su forma de reinar, de estar ante nosotros. Ahora, Jesús nos dice que el reino de los cielos está cerca, que Dios está cerca. Aquí está la novedad, el primer mensaje: Dios no está lejos, el que habita los cielos descendió a la tierra, se hizo hombre. Eliminó las barreras, canceló las distancias. No lo merecíamos: Él vino a nosotros, vino a nuestro encuentro. Y esta cercanía de Dios con su pueblo es una costumbre suya, desde el principio, incluso desde el Antiguo Testamento. Le dijo al pueblo: “Piensa: ¿Dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como yo lo estoy contigo?” (cf. Dt 4,7). Y esta cercanía se hizo carne en Jesús.

Es un mensaje de alegría: Dios vino a visitarnos en persona, haciéndose hombre. No tomó nuestra condición humana por un sentido de responsabilidad, no, sino por amor. Por amor asumió nuestra humanidad, porque se asume lo que se ama. Y Dios asumió nuestra humanidad porque nos ama y libremente quiere darnos esa salvación que nosotros solos no podemos darnos. Él desea estar con nosotros, darnos la belleza de vivir, la paz del corazón, la alegría de ser perdonados y de sentirnos amados.

Entonces entendemos la invitación directa de Jesús: “Convertíos”, es decir, “cambia tu vida”. Cambia tu vida porque ha comenzado una nueva forma de vivir: ha terminado el tiempo de vivir para ti mismo; ha comenzado el tiempo de vivir con Dios y para Dios, con los demás y para los demás, con amor y por amor. Jesús también te repite hoy: “¡Ánimo, estoy cerca de ti, hazme espacio y tu vida cambiará!”. Jesús llama a la puerta. Es por eso que el Señor te da su Palabra, para que puedas aceptarla como la carta de amor que escribió para ti, para hacerte sentir que está a tu lado. Su Palabra nos consuela y nos anima. Al mismo tiempo, provoca la conversión, nos sacude, nos libera de la parálisis del egoísmo. Porque su Palabra tiene este poder: cambia la vida, hace pasar de la oscuridad a la luz. Esta es la fuerza de su Palabra.

Si vemos dónde Jesús comenzó a predicar, descubrimos que comenzó precisamente en las regiones que entonces se consideraban “oscuras”. La primera lectura y el Evangelio, de hecho, nos hablan de aquellos que estaban «en tierra y sombras de muerte»: son los habitantes del «territorio de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles» (Mt 4,15-16; cf. Is 8,23-9,1). Galilea de los gentiles: la región donde Jesús inició a predicar se llamaba así porque estaba habitada por diferentes personas y era una verdadera mezcla de pueblos, idiomas y culturas. De hecho, estaba la vía del mar, que representaba una encrucijada. Allí vivían pescadores, comerciantes y extranjeros: ciertamente no era el lugar donde se encontraba la pureza religiosa del pueblo elegido. Sin embargo, Jesús comenzó desde allí: no desde el atrio del templo en Jerusalén, sino desde el lado opuesto del país, desde la Galilea de los gentiles, desde un lugar fronterizo. Comenzó desde una periferia.

De esto podemos sacar un mensaje: la Palabra que salva no va en busca de lugares preservados, esterilizados y seguros. Viene en nuestras complejidades, en nuestra oscuridad. Hoy, como entonces, Dios desea visitar aquellos lugares donde creemos que no llega. Cuántas veces preferimos cerrar la puerta, ocultando nuestras confusiones, nuestras opacidades y dobleces. Las sellamos dentro de nosotros mientras vamos al Señor con algunas oraciones formales, teniendo cuidado de que su verdad no nos sacuda por dentro. Y esta es una hipocresía escondida. Pero Jesús —dice el Evangelio hoy— «recorría toda Galilea […], proclamando el Evangelio del reino y curando toda enfermedad» (v. 23). Atravesó toda aquella región multifacética y compleja. Del mismo modo, no tiene miedo de explorar nuestros corazones, nuestros lugares más ásperos y difíciles. Él sabe que sólo su perdón nos cura, sólo su presencia nos transforma, sólo su Palabra nos renueva. A Él, que ha recorrido la vía del mar, abramos nuestros caminos más tortuosos —aquellos que tenemos dentro y que no deseamos ver, o escondemos—; dejemos que su Palabra entre en nosotros, que es «viva y eficaz, tajante […] y juzga los deseos e intenciones del corazón» (Hb 4,12).

3. Finalmente, ¿a quién comenzó Jesús a hablar? El Evangelio dice que «paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos […] que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”» (Mt 4,18-19). Los primeros destinatarios de la llamada fueron pescadores; no personas cuidadosamente seleccionadas en base a sus habilidades, ni hombres piadosos que estaban en el templo rezando, sino personas comunes y corrientes que trabajaban.

Evidenciamos lo que Jesús les dijo: os haré pescadores de hombres. Habla a los pescadores y usa un lenguaje comprensible para ellos. Los atrae a partir de su propia vida. Los llama donde están y como son, para involucrarlos en su misma misión. «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (v. 20). ¿Por qué inmediatamente? Sencillamente porque se sintieron atraídos. No fueron rápidos y dispuestos porque habían recibido una orden, sino porque habían sido atraídos por el amor. Los buenos compromisos no son suficientes para seguir a Jesús, sino que es necesario escuchar su llamada todos los días. Sólo Él, que nos conoce y nos ama hasta el final, nos hace salir al mar de la vida. Como lo hizo con aquellos discípulos que lo escucharon.

Por eso necesitamos su Palabra: en medio de tantas palabras diarias, necesitamos escuchar esa Palabra que no nos habla de cosas, sino que nos habla de vida.

Queridos hermanos y hermanas: Hagamos espacio dentro de nosotros a la Palabra de Dios. Leamos algún versículo de la Biblia cada día. Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro bolsillo o en el bolso, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire diariamente. Descubriremos que Dios está cerca de nosotros, que ilumina nuestra oscuridad y que nos guía con amor a lo largo de nuestra vida.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica de San Pedro
III Domingo del Tiempo Ordinario, 26 de enero de 2020

 

 

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