«El que quiera ser grande, que
sea su servidor»

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

LUIS PAULO ESPARZA CRUZ

Homilía Dominical

Hoy, el Evangelio nos presenta un momento conmovedor y profundamente humano. Nos encontramos con Santiago y Juan, dos de los discípulos más cercanos a Jesús, que se atreven a pedirle algo ambicioso: «Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Es una petición que refleja el deseo de grandeza que todos llevamos en el corazón y que en algún momento hemos compartido con estos dos hermanos.

Cuando Jesús les responde no los reprende, no les dice que no pueden aspirar a la gloria. Al contrario, los invita a una reflexión más profunda: “¿Podrán pasar la prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con que seré bautizado?”. Jesús les está hablando del sacrificio, del sufrimiento que Él mismo va a vivir. Les está recordando que la verdadera gloria, la verdadera grandeza, no se encuentra en los honores ni en las medallas, sino en el sacrificio, en el servicio y en una entrega total.

La sociedad actual nos invita constantemente a estar en la cima, a ser los primeros, a que todos nos vean y nos aplaudan. Pero Jesús hoy nos invita a mirar de una manera completamente diferente. Él nos está diciendo que, en el Reino de Dios, el más grande no es el que está en lo alto, sino el que se inclina para servir. El primero no es el que más manda, sino el que más ama.

Ahora les invito a que pensemos en nuestras propias vidas. Jesús nos dice hoy: «El que quiera ser grande entre ustedes, será su servidor; y el que quiera ser el primero, será esclavo de todos».

Esta no es una invitación fácil. Ser servidor, poner a los demás por delante de nuestros propios deseos, requiere un corazón humilde, generoso. Pero también es una invitación que transforma vidas, una invitación que nos lleva a una felicidad más profunda, más auténtica. Porque cuando servimos a los demás, cuando damos sin esperar nada a cambio, estamos viviendo el amor en su forma más pura. Y ese amor, esa entrega, es lo que realmente llena nuestro corazón.

Jesús mismo es nuestro ejemplo. Él, siendo el Hijo de Dios, no vino a ser servido, sino a servir. Él nos mostró que la verdadera grandeza no se mide en títulos o posiciones, sino en la capacidad de entregarse, de amar sin límites, de dar incluso cuando nos cuesta. Jesús entregó su vida por nosotros en la cruz, nos amó hasta el extremo, y nos llama a seguir sus pasos.

De forma que no importa la edad que tengamos, todos estamos llamados a vivir este espíritu de servicio, los más jóvenes, los adultos y nuestros mayores, Todos, sin importar nuestra edad o condición, podemos ser grandes a los ojos de Dios cuando nos dejamos guiar por el amor.

Que el Señor nos dé la gracia de vivir con valentía y alegría, sabiendo que al servir a los demás, estamos siguiendo los pasos de Jesús, nuestro Maestro y Señor. Así sea…

San Marcos 10, 35-45

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