ECO de la PALABRA

 

Misael González Villalpando

Fe y espiritualidad

III Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C: Lucas 1, 1-4; 4, 14- 21.

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido”.

 

El camino litúrgico de nuestro año nos hace llegar al III Domingo del Tiempo Ordinario. En vistas de eso, nos encontramos en el Domingo de la Palabra de Dios, gracias al tinte que se da en la liturgia de la palabra el día de hoy. 

El evangelio lucano nos presenta la dedicatoria de su evangelio, las cosas que ha escrito son la historia de las cosas que pasaron entre ellos, tal y como las transmitieron los que la vieron desde el principio, con el fin de que nosotros, θεοφιλος (que significa: los hijos de Dios), de igual manera en que lo hicieron los apóstoles, transmitamos lo que hemos escuchado por parte de la Tradición. El evangelio es la obra que expresa la Buena Noticia que el Cristo dejó a sus discípulos. Por tanto, las primeras comunidades se reunían a partir el pan y a escuchar lo que el Señor había dicho. Así, cada uno iba aprendiendo en el ceno de la Iglesia, en un contexto de comunión, el contenido de la Sagrada Escritura. 

Jesús, resalta el evangelista, cumple la ley, cumple y da anuncio de las profecías expuestas por Isaías. Cumple, según san Lucas, las mismas cualidades de los profetas. Por tanto, Cristo dice: “Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos;” (Lc 4, 18), es decir, a los que estaban lejos del culto, a los ignorantes de la sabiduría de Dios, a los esclavos y oprimidos por el mal. Anunciar a todos, a cualquiera que quiera acercarse a recibir la Palabra en su corazón, como es el caso de los primeros discípulos. Comenzaron a interesarse por aprehender el misterio de la fe.

A nosotros nos hace falta comenzar acercarnos e interesarnos por aprehender el mensaje de Jesús, aunque ya estemos dentro de la iglesia, para ser buenos discípulos y poder impregnar nuestra vida de las virtudes evangélicas, para poder observar con mayor claridad el amor que Dios tiene para todos.

La Iglesia obtiene su fuerza en la Sagrada Escritura, que marca el itinerario de seguimiento de la propuesta de la salvación. Es así que, no puede caber la desunión de la iglesia por parte de las formas de pensar personales o individuales, puesto que una sola es la Palabra de Dios, “y el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Entonces, debemos someter nuestra voluntad, pensar, actuar, libertad, a la obediencia del mandamiento que se obtiene mediante la escucha de la palabra y por la Tradición de la Iglesia, que es la única ley que Cristo nos ha dado. Nuestra vida debe dejarse guiar por la obediencia a la Palabra. De tal manera que, aun con diferencias, como lo decía san Pablo, “Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.” (Cor 12), debemos ayudar al progreso de la comunidad, pues todos conformamos el mismo cuerpo que es la Iglesia.

Es necesario pensar, ¿qué tanto alimentamos nuestro conocimiento de la Palabra que es viva y eficaz? ¿Cuántas veces me pongo a meditar la palabra de Dios? Y de esto, cuando me encuentro ante cualquier ideología que afectará al cuerpo de los bautizados, ¿dónde busco obtener la verdad? Que Dios nos comunique su Espíritu por medio de la reflexión de su palabra y nos ayude a todos. 

Él es PALABRA. Él se hace y se da. Su obra es el don de sí mismo.