Homilía

Domingo XXX del Tiempo Ordinario 

 

Josue Oswaldo Bárcenas Hernández

«Maestro haz que pueda ver…»

Sin duda que, esta petición tan dramática hecha por Bartimeo, refleja el anhelo más profundo del hombre de todo tiempo, ya que, si lo pensamos bien, muchas veces, en nuestra vida, nos encontramos en la oscuridad, ya sea por el pecado, por el dolor, por la enfermedad o la muerte. Pero, ante estos dramas, hoy la Palabra de Dios nos invita, por medio de este relato de Marcos, a contemplar a Cristo, presente en la historia de la humanidad y en nuestra misma historia personal.

 Este relato presentado por el evangelista San Marcos nos presenta una triple mirada que necesitamos tener presente en nuestra vida:

La primera mirada es la de Dios en nosotros.  Quizá parezca raro pero es verdad que, muchas veces,  tenemos miedo a que Dios nos vea, pensamos erróneamente que no valemos la pena ante Él y que nos condenará.  Aunque la realidad es otra, para Él somos sus hijos amados a los cuales contempla en los bordes del camino de la vida; a los cuales quiere curar y darles el don de la vista para dejar de lado las tinieblas del pecado. Por tanto, hermana o hermano,  no tengas miedo de que Dios te vea, que te toque. Finalmente, de que te la oportunidad de volver a ver y contemplarte tal como Él te ve.

 

La segunda mirada, es la mirada a nosotros mismos.  Si bien es cierto que Dios nos ve con amor y misericordia, también es cierto que nosotros debemos de corresponder a esta gracia divina. Hoy tenemos la oportunidad de vernos con nuevos ojos, es decir, con sinceridad y humildad. Vernos a nosotros tal como somos es un camino difícil pero necesario para acoger de mejor modo la vida divina que se nos comunica. Que el señor nos conceda la gracia de vernos con humildad y al mismo tiempo sentir su amor incondicional y liberador.

Finalmente,  la tercera mirada es la de aprender a ver a los demás, verlos no descalificándolos, no condenándolos, no marginándolos, sino ante todo tendiendo la mano a ejemplo de Jesús, animándolos a tener esa Fe y Esperanza cierta de que Dios puede hacer siempre todo nuevo y de que nosotros los apoyaremos a pesar de lo  accidentado que pudiese haber sido su vida.

Bajo esa triple mirada, por tanto,  podemos entender la misión tanto personal como la misma misión que se hace en la Iglesia.  Hoy celebramos a nivel universal el domingo mundial de las misiones, renovemos pues, nuestro compromiso misionero al mismo tiempo, renovemos nuestra vocación como testigos de Cristo en medio de los hermanos.

Que Dios nos ayude a todos.