hOMILÍA

II DOMINGO DE CUARESMA

Queridos hermanos hemos comenzado ya el II domingo de cuaresma y el último domingo de Febrero Mes del Seminario. Por este motivo, en un contexto de oración, penitencia y sacrificio, como nos invita la cuaresma, hemos de intensificar nuestras oraciones por nuestro Seminario Diocesano y por las vocaciones a la vida sacerdotal, para que Dios, el mismo que ha llamado a Abrahán, a Pedro, Santiago y Juan, siga llamando a jóvenes dóciles y sencillos, a la vida sacerdotal.

Las lecturas de este día nos invitan a permanecer firmes en la fe, aún a pesar de vivir momentos de prueba y desánimo, pues Dios es fiel y bendice a quienes creen y esperan en Él. La mayor y más sublime virtud del hombre que se siente llamado por Dios es la obediencia y el cumplimiento de la voluntad divina. Un ejemplo claro es Abrahán, tal como lo narra el libro del Génesis. Dios pone a prueba su fe pidiéndole que ofrezca en sacrificio a su hijo único Isaac, del mismo modo como se acostumbraba a sacrificar a los corderos sobre el altar de piedra. Lo llama por su nombre en dos ocasiones y le describe la encomienda del sacrificio de su propio Hijo.

Sin duda alguna que para cualquier padre o madre que tienen un hijo único, sería sumamente doloroso entregarlo a la muerte, o entregárselo al Señor. Sin embargo, Dios no es un ser que cause dolor y tristeza, sino que “mucho le cuesta la muerte de los que lo aman” (Sal 115, 15). Ha puesto a prueba la fe de Abrahán, no para causarle un mal, sino para fortalecer su confianza y entrega. A cambio de este acto de fidelidad, Dios ha salvado la vida de su hijo Isaac y le ha prometido toda clase de bendiciones para su descendencia. Abrahán se convierte en este momento en un modelo de vida, para quienes buscamos la voz de Dios y deseamos hacer su voluntad.

Hoy en día, Dios se sigue manifestando en la vida de los hombres y mujeres de este tiempo, seguramente no para pedir sacrificios humanos, como en el tiempo de Abrahán, pero sí para pedir un sacrificio único y agradable: nuestra propia vida, en otras palabras, el Señor nos llama una y otra vez, para que lo sigamos, confiemos en Él y le entreguemos nuestra vida, y la de nuestros seres queridos. Quiere que “caminemos en su presencia en el país de la vida”, como hemos cantado en el salmo responsorial.

“Este es mi Hijo amado; escúchenlo”

Nuestro mejor ejemplo de entrega y sacrificio es su propio Hijo, Jesucristo Nuestro Señor, el mismo que se transfiguró gloriosamente ante los ojos de Pedro, Santiago y Juan, superior a los profetas y a la ley, aquel cuyo rostro resplandecía más blanco que la nieve, y que fue confirmado como Hijo amado del Padre; es ahora nuestra vida y nuestra salvación. Dios Padre, a ejemplo de Abrahán, ha llevado a su Hijo único al monte, lo ha puesto en el altar de la cruz y lo ha sacrificado como al cordero Pascual, derramando su sangre por el perdón de los pecados. Su obediencia y muerte en la cruz, nos ha traído vida y salvación al género humano. Pero Dios, que es fiel a sus promesas, también le ha resucitado al tercer día, y por él todos tenemos vida.

Sigamos siendo asiduos en la oración, en este tiempo de cuaresma. Y pidamos a Dios por aquellos jóvenes que se sienten llamados a la vida sacerdotal, y por sus familias, para que, si es voluntad de Dios, estos mismos padres, a ejemplo de Abrahán, estén dispuestos a entregar a sus hijos al servicio de Dios y para bien de su Iglesia.