Llamó a los que Él quiso…
¿Qué se puede decir ante un misterio tan grande, ante un llamado tan hermoso que no se alcanza a comprender del todo, pero que te llena por completo hasta el punto de querer entregar la propia vida para ganar a quien lo es Todo?
No recuerdo el momento exacto donde nació en mí el deseo de ser sacerdote. Es verdad que hay ciertas experiencias que te marcan de tal manera que el solo recordarlas te enchina la piel, sin embargo, creo que el llamado de Dios es más que un momento preciso, es todo un plan divino que se va descubriendo a través de la experiencia del amor de Dios. ¡Es sorprendente cómo Dios se vale de cosas tan sencillas para hablar con nosotros!
Todavía era pequeño cuando dije a mi mamá que quería ser sacerdote. ¿Cómo es que un niño de apenas 8 o 9 años aspire a algo tan grande como el sacerdocio? Y me sorprende aún más reconocer que mi familia no siempre fue muy religiosa, quizá por eso pensaban que mi intención cambiaría con el paso del tiempo.
Aún recuerdo el día en que me invitaron como “monaguillo” en la Iglesia. Allí fue donde tuve el primer contacto cercano con un sacerdote; su testimonio de vida, su alegría y sencillez consolidaron aún mas mi deseo. Me sorprendía su entrega por los más necesitados, ¡nunca había conocido a alguien que entregará su vida de esa manera a los demás!, pues a pesar del cansancio, siempre nos contagiaba de su alegría. Este gran sacerdote se convertiría en mi compañero, confesor y amigo hasta ingresar al seminario. ¿Cómo olvidar aquellos campamentos donde tuve la oportunidad de convivir con otros sacerdotes y con otros jóvenes que compartían los mismos ideales que yo?
Mi propósito seguía firme… de ser monaguillo, pase a formar parte del coro y mi familia se comenzó a acercar aún mas a la Iglesia, hasta el punto de convertirse en servidores. Todo marchaba a la perfección, pero cuando ingrese a la preparatoria las dudas comenzaron a surgir… podría formar una familia y seguir sirviendo en mi parroquia; mis maestros decían que podría tener un gran futuro como profesionista, e incluso, comenzaba a hacer planes con algunos amigos sobre carreras universitarias. ¡Llegó el momento en que todo era tan confuso… las dudas aumentaban y el tiempo pasaba más rápido que nunca! ¡Ya solo me quedaba esperar!
«Llamó a los que Él quiso …para que estuvieran con Él»
Marcos 3, 13-14
Como mi capellanía acababa de ser construida, el párroco decidió que Jesús Eucaristía se quedaría de manera fija. Yo comencé a acompañar a mi mamá para que no estuviera sola; al principio me costaba mucho rezar, pero, poco a poco el aburrimiento se convirtió en dicha, las visitas al Santísimo se hicieron más largas y de casi todos los días. Me gustaba mucho quedarme solo en la capilla, con la puerta cerrada y con una guitarra para estar en oración.
Cada vez faltaba menos para terminar la preparatoria y yo seguía con muchas dudas, hasta que… un día, mientras me encontraba solo frente al sagrario, preguntando a Jesús lo que quería de mí, tocaron a la puerta… era una religiosa que, al darse cuenta de que estaba yo solo, me dijo: – ¿apoco tienes todo esto solo para ti? -, hizo un momento de oración y antes de retirarse me sonrió y dijo: – ¿no te gustaría ser sacerdote? -, yo no supe que responder… ¿Cómo podía tomar aquella pregunta?, ¿se trataba de una coincidencia o era la voz de Dios que me invitaba a seguirlo?-, al final solo dije: – si Dios así lo quiere, yo también. A partir de ese momento, mi deseo por entrar al Seminario resurgió en mi interior con mucha mas fuerza que antes.
¡Entonces sucedió! Apareció la causa de mi decisión por una vida de entrega total a Dios y a mis hermanos
Faltaban solo unos meses para vivir el Pre-Seminario, mi párroco me había recomendado realizar un horario para tener una idea de la vida del Seminario, dando una gran importancia a los momentos de oración.
Sin duda que, el miedo a lo desconocido nunca se termina; a pesar de que ya estaba más convencido de lo que quería, aún continuaba con muchas dudas. No fue, sino, hasta una vigilia de Pentecostés, organizada por el grupo juvenil, que el miedo se convirtió en luz, pues en ese momento tome el valor para dar el último paso y prepararme para vivir el Pre-Seminario…
Han pasado un poco más de dos años desde que decidí decirle sí al Señor y puedo decir que han sido de los mejores años de mi vida.
Es tan emocionante darte cuenta, que el sueño de aquel niño, ahora se hace realidad, y darte cuenta de lo que Dios va haciendo en tu vida…
Pues, el Seminario, más que una casa de formación, es un lugar muy privilegiado para el encuentro con el Dios del amor… ese mismo encuentro que tuvieron los apóstoles, los santos y tantas personas, a lo largo de la historia, que les movió a entregar toda su vida.
A pesar del tiempo transcurrido, aún me sorprende ser seminarista, algunas veces, en la capilla, observo a mi alrededor… veo mi sotana y… se me enchina la piel al pensar que el Señor me concede cumplir ese sueño que se fue fraguando en mi interior desde hace varios años.
Es cierto que he encontrado dificultades, y no es de extrañar, pues no es fácil, ya que lo dijo Jesús a quien se atrevía a seguirlo: “negarse a si mismo, tomar la cruz y seguirlo” (Mt. 16, 24). El miedo, las dudas, los retos e incluso decepciones, no han desaparecido, pero es justamente aquí, donde el amor de Dios se manifiesta y donde se hacen presentes aquellas palabras de Jesús a sus discípulos: “ ¡Ánimo! Soy yo, no tengan miedo” (Mt. 14, 27) … “Yo estaré con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).
Que ¿por qué soy seminarista? No es algo fácil de responder, pero estoy seguro de una cosa, “soy seminarista porque Dios me ama”; no por tener grades méritos ni mucho menos, sino solo porque Él se fijó en mí…