homilía
Domingo XXI del Tiempo ordinario
AMISTAD QUE TRANSFORMA
El Evangelio de Lucas es mayormente conocido como “el Evangelio de la misericordia”, porque refleja en muchas de sus páginas la acción tierna y compasiva de Jesús hacia los pecadores y los frágiles. En él todo habla de misericordia. Hoy en este domingo la perícopa evangélica (Lc 19, 1-10) nos presenta una de estas ocasiones. Zaqueo era un recaudador de impuestos y por eso era rico. Ya en alguna ocasión anterior hemos dicho que los publicanos tenían muy mala fama, eran vistos como estafadores y fraudulentos, al servicio del Imperio romano. Jericó era una ciudad en aquel entonces que era una parada habitual para los peregrinos que del norte se dirigían a Jerusalén. Por eso muchos funcionarios de la aduana y publicanos vivían en este lugar. Su riqueza la obtenían a costa de los impuestos que exigían a sus contribuyentes. Por eso eran muy mal vistos.
Jesús atravesaba Jericó en su camino a Jerusalén y Zaqueo lo ve y hay algo que Él que le llama la atención, suscitando en él el deseo de ver a Jesús. Vemos que Zaqueo está en actitud de BÚSQUEDA, con entusiasmo y alegría, tanto así que, siendo de baja estatura, corre y se sube a un árbol, un sicómoro. Sin embargo, Jesús es el que lo llama, no es Zaqueo quien lo invita, es el Señor quien toma la iniciativa. LA PRIMACÍA DE DIOS. Zaqueo recibe la invitación de Jesús, con mucha ALEGRÍA. El experimentar la presencia de Dios en nuestra vida no es motivo para estar tristes y amargados, sino que hay que transmitir a todos esa alegría que nada ni nadie nos quitará. Sin embargo, la gente, al ver que Jesús entró en la casa de Zaqueo, comenzó a murmurarlo. ¡Cuántas veces nos queremos sentir los buenos y ponemos el grito en el cielo cuando vemos que el Señor también actúa en los pecadores y frágiles! Las DIFICULTADES nunca se apartarán de nosotros en el camino de conversión.
«AUNQUE SEPA NUESTROS PECADOS SE ATREVE A NO VERLOS CON TAL DE OFRECERNOS EL PERDÓN Y DE DARNOS UNA NUEVA OPORTUNIDAD DE REEMPRENDER EL CAMINO».
Por último, vemos que Zaqueo, al encontrarse con Jesús, cambia totalmente su vida: regresa lo que ha robado hasta cuatro veces más y reparte la mitad de sus bienes. Experimentar la misericordia de Jesús es algo tan profundo y penetrante que no podemos seguir siendo los mismos, somos transformados desde lo más hondo de nuestro ser. En este sentido, la primera lectura de la liturgia de hoy (Sab 11,22-12,2) nos da una certeza esperanzadora: DIOS, EN SU NATURALEZA INTRÍNSECA ES MISERICORDIA Y COMPASIÓN, PORQUE INCLUSO AUNQUE SEPA NUESTROS PECADOS SE ATREVE A NO VERLOS CON TAL DE OFRECERNOS EL PERDÓN Y DE DARNOS UNA NUEVA OPORTUNIDAD DE REEMPRENDER EL CAMINO. Esta experiencia debe reproducirse en nosotros: Dios es como una madre que nos cuida y está siempre con los brazos abiertos para recibirnos y corregirnos. Nosotros somos quienes nos resistimos muchas veces al abrazo misericordioso del Padre.
Roguemos al Señor en este domingo que haga repetir en nuestra vida la historia de Zaqueo: que nosotros, frágiles y pecadores, abramos nuestro corazón a la ternura divina y desde nuestro interior nos convirtamos con sinceridad y sencillez. Así también Jesús nos dirá a cada uno de nosotros: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”, que es tu corazón.
Regresa lo que ha robado hasta cuatro veces más y reparte la mitad de sus bienes.
“Hoy ha llegado la salvación a esta casa», que es tu corazón.