homilía

DOMINGO V Tiempo ordinario

07 de febrero del 2021

¡La tomó de la mano… y le curó la fiebre…!

     

El evangelio que acabamos de escuchar comienza con un episodio muy simpático, muy hermoso, pero también lleno de significado. El Señor va a casa de Simón Pedro y Andrés, y encuentra enferma con fiebre a la suegra de Pedro; la toma de la mano, la levanta y la mujer se cura y se pone a servir. En este episodio aparece simbólicamente toda la misión de Jesús. Jesús, viniendo del Padre, llega a la casa de la humanidad, a nuestra tierra, y encuentra una humanidad enferma, enferma de fiebre, de la fiebre de las ideologías, las idolatrías, el olvido de Dios. El Señor nos da su mano, nos levanta y nos cura. Y lo hace en todos los siglos; nos toma de la mano con su palabra, y así disipa la niebla de las ideologías, de las idolatrías. Nos toma de la mano en los sacramentos, nos cura de la fiebre de nuestras pasiones y de nuestros pecados mediante la absolución en el sacramento de la Reconciliación. Nos da la capacidad de levantarnos, de estar de pie delante de Dios y delante de los hombres. Y precisamente con este contenido de la liturgia dominical el Señor se encuentra con nosotros, nos toma de la mano, nos levanta y nos cura siempre de nuevo con el don de su palabra, con el don de sí mismo.

«NOS DA LA CAPACIDAD DE LAVANTARNOS»

Pero también la segunda parte de este episodio es importante; esta mujer, recién curada, se pone a servirlos, dice el evangelio. Inmediatamente comienza a trabajar, a estar a disposición de los demás, y así se convierte en representación de tantas buenas mujeres, madres, abuelas, mujeres de diversas profesiones, que están disponibles, se levantan y sirven, y son el alma de la familia, el alma de la parroquia. Ésta disposición mucho tiene que decirnos a todos, pues no se queda ella mirando o con cierta indiferencia, sino que no duda en ponerse en servicio. Es consciente de que la presencia de Jesús ha traído para su vida una gran bendición. La anhelada salud. Que en estos tiempos tan complicados para la humanidad pedimos también a Jesús.

Jesús duerme en casa de Pedro, pero a primeras horas de la mañana, cuando todavía reina la oscuridad, se levanta, sale, busca un lugar desierto y se pone a orar. Hace un esfuerzo muy grande para tener el tiempo y el ambiente apropiado para rezar. 

Se levanta antes que los otros, para poder estar a solas con Dios. A través de la oración, él mantiene viva en sí la conciencia de su misión. Aquí aparece el verdadero centro del misterio de Jesús. Hablar con el Padre; esta es la fuente y el centro de todas las actividades de Jesús; vemos cómo su predicación, las curaciones, los milagros y, por último, la Pasión salen de este centro, de su ser con el Padre. Y así este evangelio nos enseña el centro de la fe y de nuestra vida, es decir, la primacía de Dios. El centro de su anuncio es el reino de Dios, o sea, Dios como fuente y centro de nuestra vida, y nos dice: sólo Dios es la redención del hombre.

Jesús no ha venido para ser servido, sino para servir. La suegra de Pedro empieza a servir. Yo, ¿hago de mi vida un servicio a Dios y a los hermanos y hermanas? Jesús mantenía viva la conciencia de su misión mediante la oración. ¿Y mi oración?

En éste primer domingo del mes de febrero, recordamos también la importancia que el Seminario Diocesano tiene para nuestra diócesis y tomamos conciencia hoy, más que nunca de la necesidad de sacerdotes santos y la certeza de que Dios sigue llamando a jóvenes que quieran entregar su vida en servicio a los hombres, sus hermanos. Por eso es que este mes como familia diocesana pedimos incrementar su oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas, confiando en que Dios, mandará para su mies los sacerdotes que nos lleven al encuentro con Él.

Yo, ¿hago de mi vida un servicio a Dios y a los hermanos y hermanas?  ¿Y mi oración?

«Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro»