«¿Qué haré para heredar la vida eterna?»
DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
SERGIO CONTRERAS SUSTAITA
Homilía Dominical
¿Alguna vez has buscado respuestas a tu vida? ¿te has preguntado por lo que es bueno y lo que es lo mejor? Este domingo, las lecturas se centran en se anhelo que todos tenemos de conocer, pero aún más, conocer lo que es la sabiduría, que no es otra que el saber vivir.
En las escuelas rara vez se nos enseña a saber vivir, más bien se nos enseña a sobrevivir, es decir, mantener nuestra existencia consiguiendo el sustento necesario. Pero nuestra vida tiene un fin trascendente, es decir, más allá de esta vida y esto es lo que nos lleva a buscar la sabiduría. En esto, sobresale el amor a Dios y al prójimo. Entonces así tenemos la sabiduría, sabemos vivir.
Claramente encontramos en el libro de la Sabiduría este anhelo del alma, vale la pena preguntarnos, cuando oramos con Dios, ¿pedimos que Él haga lo que queremos o que nos enseñe que es lo mejor, lo que Él quiere? Si pedimos lo segundo, estamos pidiendo sabiduría y si sabemos apreciarla, si hemos gustado de lo que es vivir en el camino de Dios, podemos decir como dice el libro de la Sabiduría. “La tuve en más que la salud y la belleza; la preferí a la luz, porque su resplandor nunca se apaga.”. Es decir, lo que Dios nos da, son palabras de Vida Eterna, su palabra no pasará.
¿Cómo podemos conocer la voluntad de Dios? ¿Cómo podemos obtener esa apreciada sabiduría? Ya hemos mencionado la oración, y además, tenemos un medio fundamental para encontrar la voz de Dios: La Sagrada Escritura. San Pablo nos dice que ésta es “viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. […] descubre los pensamientos e intenciones del corazón.”. Pareciera extraño, pero cuando contemplamos la Palabra de Dios, es como si Jesús desnudara nuestra alma, queda expuesta ante los ojos de Aquel que tanto nos ama, Cristo el Señor.
La Palabra interpela nuestro corazón, nos inspira a saber vivir, a vivir una relación íntima con nuestro Dios, por el que vivimos y existimos, nos hace invitaciones de lo más profundas y no dejamos de buscar en esta vida, hasta que nos encontremos con él.
Sin embargo, no basta simplemente escucharlo, hay que actuar y si pensábamos que nuestra vida como cristianos basta con sólo cumplir los mandamientos, la sabiduría de Jesús nos lleva más allá. Se nos piden actos concretos que relejan el estado de nuestro corazón.
En el Evangelio, el hombre rico le pregunta a Jesús “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Este joven está pidiendo sabiduría, saber cómo vivir para llegar a la vida eterna. Es emocionante, porque, el hombre rico cumple los mandamientos, podríamos decir que es un buen hombre, sabe que no está pleno con lo que hace, sino que necesita ir más allá, sin embargo, el apego a las riquezas evitó que viviera con sabiduría.
Seguramente él sabía que la vida eterna es mejor que todos sus bienes, pero falló la voluntad para desprenderse de sus bienes, y no sólo eso, de ver la necesidad de los hermanos más pobres, pues había oportunidad de donación a los demás.
Conoció la Sabiduría, a Cristo, pero su afecto a las seguridades y a la riqueza no permitieron que fuera libre. Todos quisiéramos una vida con riquezas y comodidades ¿no? Pensamos que si somos “buenos” entonces las merecemos, podemos estar equivocados.
Ante el anhelo de una vida cómoda, de una vida donde pareciera que el que más tiene es el más feliz, ¿podremos renunciar a eso? ¿podemos realmente tener un corazón libre para seguir al Señor que es nuestra verdadera felicidad? Pareciera imposible, si para los hombres lo es, no para Dios.
¿Seremos capaces de pedir sabiduría a Dios con el riesgo de que nos pida dejarlos todo? Seamos valientes, pues, si lo pedimos y hacemos lo que nos pide, estaremos ganando la vida eterna, la máxima y más bella de las recompensas.
Pidamos hermanos lo que dice el salmo, para que el Señor nos de la fortaleza, de actuar según su sabiduría. “Que el Señor bondadoso nos ayude y dé prosperidad a nuestras obras”. Así sea.
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