Dogmas marianos

Evangelización

Querer ser fieles seguidores de las enseñanzas de la Iglesia es  asumir  las verdades que nos ofrece, no como una obediencia a ciegas, sino por el beneficio que éstas procuran para  fortalecer nuestra fe  y, con ello, acercarnos más a Dios.  La figura de María ocupa un lugar privilegiado en este proceso, y es por ello que a la Iglesia no le bastaron los datos históricos y bíblicos, sino que deseó ir más a fondo de los misterios de María, invitándonos a acoger, a creer y por supuesto a aceptar: “Los Dogmas Marianos”, o “dogmas de María”.

Pero, ¿qué es un dogma? Respondemos diciendo que es un conjunto de verdades, las cuales, la Iglesia las declara solemnemente como reveladas por Dios y las propone para ser creídas por los creyentes de todo el mundo. Así pues, mediante largos procesos y reflexiones dentro de la historia de la Iglesia se han definido cuatro dogmas de María, que actualmente profesamos con mucho fervor. 

Estos dogmas marianos son: LA MATERNIDAD DIVINA, LA INMACULADA CONCEPCIÓN, LA PERPETUA VIRGINIDAD Y LA ASUNCIÓN DE MARIA.

 Definida en el año 431 d. C. en el  Concilio de Éfeso, por el papa san Celestino I, en esta parte de la historia, aconteció que un Patriarca de Constantinopla, llamado Nestorio, negó la maternidad divina de  María, diciendo que solo era la madre de Jesús como hombre (Cristotokos), pero no madre de Dios (Teotokos); ante este error,  el Concilio declara: “Si alguno no confiesa que Dios, no  es el Emmanuel  (Cristo), y que por eso la santa Virgen es madre de Dios, sea anatema” (DS 113). María es la Madre de Dios porque llevó en su seno al Hijo de Dios, y dio a luz al Emmanuel, es decir, Cristo no se divide, ni confunde ni se separa como hombre y luego como Dios.

Es así que nosotros afirmamos que su maternidad no solo se refiere a la humanidad de Cristo en cuanto a su vida terrena, sino que también  es Madre de la divinidad de Jesús, verdadero Dios, y verdadero hombre. 

De este dogma se desprende una dignidad inmensa de María, que está por encima  de toda creatura, como lo describe santo Tomás: “[…] La Bienaventurada Virgen María, por el hecho de ser Madre de Dios, tiene cierta dignidad infinita, derivada del bien infinito que es Dios” (Summ. Theol., III, q.25 a.6). 

Por ser María Madre de Dios hecho hombre, es Madre de toda la humanidad porque ella sigue intercediendo por nosotros ante Él con el cariño de una madre que ama y protege a sus hijos. 

“Lucero del alba, aurora estremecida, luz de mi alma, Santa María. Hija del Padre, doncella en gracia concebida, virgen y madre, Santa María. Flor del Espíritu ave, blancura, caricia, madre del Hijo, Santa María. Llena de ternura, bendita entre las benditas, madre de todos los hombres, Santa María” (Himno, Laudes de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios).

 Este dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854: “Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima virgen María, fue preservada inmune de toda mancha del pecado original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo, y por ende todo los fieles han de creer firme y constantemente […]” (DS 1641).

Se declara, pues, a María exenta y libre de todo pecado, incluso del original, porque ya desde el origen del cristianismo, la Madre de Jesús aparece a los fieles como una Virgen totalmente pura, y por ello cabe atribuirle la santidad. Este dogma, a diferencia de los demás, no nace a raíz de responder o combatir una herejía sino que la Inmaculada Concepción fue definida directamente para la gloria de María.

Hemos visto que todas las gracias que convienen a la Madre de Dios, son atribuidas a María, pues, ¿convenía que la Madre de Dios fuese concebida en el estado de enemistad o en el estado de amistad con Dios? La respuesta es  más que obvia. 

“Tú eres toda hermosa, ¡oh Madre del Señor!; tu eres de Dios gloria, la obra de su amor. ¡Oh rosa sin espinas, oh vaso de elección!, de ti nació la vida, por ti nos vino Dios. Sellada fuente pura de gracia y piedad, bendita cual ninguna sin culpa original. Infunde en nuestro pecho la fuerza de tu amor, feliz Madre del Verbo, custodia del Señor” (Himno, I vísperas, Solemnidad de la Inmaculada Concepción)

El dogma de la Asunción fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1° de noviembre de 1950.  Declaramos: “Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta al cielo en cuerpo y alma a la gloria celestial” (DS 2333). 

Por eso, a la manera que la gloriosa Resurrección  de Cristo, fue parte esencial y último trofeo de esta victoria; así la lucha de la Bienaventurada Virgen, común con su Hijo, había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal (DS 2332).

“¡Al cielo vas, Señora, allá te reciben con alegre canto; ¡oh, quien pudiera ahora asirse a tu manto para subir contigo al monte santo” (Himno, II Vísperas de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María)

Nuestro Dios a través de la Santísima Virgen María nos enseña el camino  para ir hacia Él. Que María, por medio de estas cuatro verdades de fe, nos ayude a dirigir nuestras vidas por el bien y que su modelo de vida sea siempre inquebrantable para todos los que con mucho amor le rendimos veneración.

Diác. Luis Osvaldo Cortés Rosales