II Domingo de Pascua

 

semi. Fernando Guadalupe Carranza Guardado

Palabras de un Seminarista

En el día en que como Iglesia revivimos el asombro de las mujeres ante la tumba abierta y
vacía, recordamos que sólo Él ha resucitado y es el único capaz de hacer rodar “las piedras
a una vida nueva”.
El Señor Jesús, viene a darnos con su Pascua uno de los regalos más grandes a toda la
humanidad: SU PAZ. Paz que no podemos encontrar en este mundo. Una Paz muy diferente
a la que el mundo terreno nos ofrece.

Resuena por todos los rincones de la tierra el anuncio de Cristo: ¡La Paz este con ustedes!,
siendo este mensaje la “buena noticia” de la Pascua.
En la noche de la Última Cena, Él nos deja la clave para encontrar la paz en medio de la
guerra, convirtiéndose así en un mandato dónde el Señor nos dice: “Ámense los unos a los
otros, como Yo los he amado”. Es interesante ver como este llamado está fuertemente
vinculado con la Paz, ya que: “tanto amó Dios al hombre, que le entregó a su Hijo Único”.

Encontramos en esta frase la expresión más grande del AMOR, aquel Amor que sólo Dios
puede darnos, y que con este nos deja en nuestros corazones el alivio de sabernos amados,
de ser conscientes que Dios mismo ha venido al mundo para salvarnos.
Salvación que nos libera de las cadenas del pecado y de la muerte, que un día, corrompieron
al mundo “quitándole la paz y la armonía a la creación”. Jesús, en su resurrección nos trae
la “Nueva Creación” dónde la alianza del hombre con Dios se resume en la cruz y tiene su
plenitud en la Resurrección de Cristo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Resurrección que nos invita a una “nueva vida” llena del gozo de la Pascua. Así como los
Apóstoles recibieron el saludo de la Paz en un momento de inseguridad, duda y temor; así
nosotros lo recibimos todos los días de nuestra vida en cada momento que pasamos con las
personas que amamos, pero aún más, con las que no sabemos amar.
Esta es la clave para encontrar la Paz de Cristo en el mundo: Aprende a amar, porque, aquel
que ama, perdona, y si perdona, no guarda rencor en su corazón, y sin este mal dentro de él,
resulta casi imposible que el mal entre en su ser.

La Paz del Señor, nos demuestra que aún en el dolor esta la esperanza de que, siendo hijos
de Dios, y hermanos entre nosotros; no estamos solos, estamos acompañados en este camino
hacia la Pascua Eterna.

“El Señor no ha quitado el sufrimiento y el mal del mundo, pero los ha vencido en la raíz con
la superabundancia de su gracia. A la prepotencia del Mal ha opuesto la omnipotencia de su
Amor. Como vía para la paz y la alegría nos ha dejado el Amor que no teme a la Muerte.»

Durante esta celebración de la cincuentena Pascual, tenemos la gran invitación de llevar la
Paz de Cristo a los demás, con nuestra vida, testimonio y de la mano de María de la Asunción,
vayamos juntos al encuentro del hermano y hagamos vida la Resurrección del Señor en
nuestras vidas, siendo personas “nuevas” por el Evangelio.

Por la Virtud.

Por la Fe.

Por la Doctrina.

 

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