HOMILÍA DE PENTECOSTES – CICLO C
«La paz esté con ustedes. Como el Padre
me ha enviado, así también los envío yo».
DOMINGO DE PENTECOSTES CICLO C
PBRO. LIC. MIGUEL DE JESÚS SALDÍVAR MARTÍNEZ
ESPIRITUAL DE LA ETAPA DISCIPULAR
Homilía Dominical

Queridos hermanos y hermanas, cincuenta días después de la Resurrección
celebramos el Domingo de Pentecostés, o lo que es lo mismo, la Venida del
Espíritu Santo sobre los Apóstoles y María, para comenzar a realizar la obra de
la evangelización, es decir, dar a conocer a Cristo y su Evangelio.
Cerradas las puertas… discípulos, por miedo a los judíos.
En el texto del evangelio de Juan que hoy escuchamos, inicia con la situación que vivían los discípulos, el miedo. Ellos están escondidos por miedo a los judíos. Sí así han tratado al Maestro, crucificándolo, ¿qué se pueden esperar los discípulos? Algo similar o peor. El miedo ha conquistado su corazón, ha paralizado sus actividades, han perdido el horizonte. Tal vez sea la misma situación que muchos de nosotros experimentamos: al ver nuestro pasado doloroso, y no ver con esperanza nuestro futuro, más bien, imaginar posibles desastres, esto nos llena de angustia, miedo y desesperación. Sin saber qué hacer, nos mantenemos a la espera de la presencia y de la palabra que lleva a buen término su obra, el Señor.

Jesús se presentó… les mostró las manos y el costado.
En medio del miedo y la confusión, se aparece Cristo Resucitado, es el mismo que fue crucificado, quien muestra las señales de la Cruz, heridas en manos y costado, marcas del amor que redime. Se presenta en medio de ellos para suscitar nuevamente la comunión, no viene a reclamar, no viene a regañar, viene a iluminar la mente y el corazón de los discípulos con la luz pascual, para que se den cuenta de los frutos de su Resurrección: la paz y la alegría.

La paz esté con ustedes
En este fragmento del Evangelio encontramos dos idénticos saludos de Jesús: “la paz esté con ustedes”. El primer fruto de Pascua es la paz, la paz que es presencia gloriosa del Resucitado, es decir, su manifestación plena; Jesús viene a llenar de paz el corazón asustado y angustiado de los apóstoles que creen que todo se ha acabado. Creen que no queda más que esperar la muerte, sin embargo, la paz de Jesús revitaliza su ímpetu y provoca en ellos la total confianza en la fuerza inestimable de la predicación. Reciben la paz de Cristo para apacentar en su nombre: paz que lleva a pacificar.
Se llenaron de alegría
Ante la presencia del Resucitado, la transformación interior no se hace esperar. El segundo fruto de la Pascua es la alegría, la alegría de su compañía. Después del impacto de la Pasión, de la tristeza de la pérdida, ahora todo se ha tornado en gozo por la victoria sobre el pecado y sobre la muerte. La alegría se experimenta por la nueva vida, la seguridad de que aun cuando la muerte sea inevitable, nos aguarda la promesa de la futura inmortalidad; pues podremos resucitar con Él.
Sopló sobre ellos… Reciban el Espíritu Santo.
Muy importante la referencia al soplo. Llama la atención que Jesús sople sobre sus discípulos, pues este gesto remite a la obra de la Creación, cuando Dios sopló en la nariz del hombre y éste vivió. Ahora, Jesús sopla para recrear a los hombres, es decir, al recibir al Espíritu Santo, quedan renovados, recreados, rehechos y son enviados a renovar, recrear y rehacer con la fuerza y el poder del Espíritu a todos sus hermanos. Jesús hace partícipes a sus apóstoles de la obra de la redención, de la restauración de todo el género humano, de todos nosotros.
Perdonen los pecados.
La paz, la alegría, la confianza, y la esperanza inician aquí, en el encuentro con Cristo Resucitado, Misericordia encarnada del Padre. Es aquí donde la fragilidad del hombre experimenta el torrente de agua viva que sanea todo lo que toca. Es a través del sacramento de la reconciliación donde Dios, el Padre Bueno, viene a abrazar y besar al hombre, hijo pródigo, que vuelve maltrecho para ser reconstruido y reinstalado en la Iglesia, su verdadero hogar. Demos gracias a Dios por sus dones, pidamos por sus sacerdotes para que hagan del sacramento de la confesión, lugar de esperanza, ofreciendo la paz y la alegría de la Pascua.
Que todos nos llenemos del Espíritu Santo y empecemos a hablar el idioma de Jesucristo, el amor; sólo de esta manera, podremos ser escuchados acerca de las maravillas de Dios. Ven, Espíritu Santo, llena nuestro corazón del fuego de tu amor. Amén.

Por la Virtud.
Por la Fe.
Por la Doctrina.

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