Domingo de la Misericordia

Homilía del Domingo II de Pascua

 

Pbro. Filiberto Ornelas Díaz

Homilía

A los ocho días, después de la Resurrección del Señor (dentro de la Octava de pascua) celebramos el Domingo de la Divina Misericordia, fiesta instituida por San Juan Pablo II el II domingo de Pascua el 30 de abril del 2000 en la homilía de canonización a Santa Faustina Kowalska (monja polaca) a la cual se le manifestó Jesús pidiéndole que difundiera su Imagen donde irradiaría su infinita misericordia.

En este pasaje del Evangelio nos encontramos con que Jesús se presenta a sus discípulos al anochecer del día de la resurrección para animarlos a continuar la misión para la cual se les había preparado. Tienen miedo al ver lo que le había pasado a su Maestro. En medio de lo que todo parecía un caos, Jesús en su aparición como resucitado les dirige en dos momentos un saludo peculiar que hace que sus discípulos se llenen de alegría: La paz esté con ustedes. Les muestra las manos y el costado (Jn 20, 19-20).

Ese saludo se sigue difundiendo por todo el orbe. Y se dirige a toda la humanidad. Jesús sabía cómo se sentían sus discípulos. Era necesario reafirmarlos en la fe, y al mismo tiempo darles una encomienda muy importante para todo aquel que cree en él. El envío a llevar el mensaje de salvación por todo el mundo. Y la mejor manera de hacerlo era a través del sacramento de la misericordia, y a través de sus ministros, en el cual todo aquel que se arrepienta y se convierta puede recibir ese río de gracias que le lavan de todo pecado Así fueran sus pecados como la grana, cual nieve blanquearán. Y así fueran rojos como el carmesí, cual lana quedaran(Is. 1, 18-20). Jesús sopla sobre ellos y les infunde al Espíritu Santo, dándoles la potestad de perdonar o retener los pecados. Es donde surge la institución del sacramento penitencial, y donde Dios derrama su gracia en todos sus hijos que se muestren arrepentidos. En este momento es donde se ve manifiesta la infinita misericordia de Dios para con sus hijos, y donde se le encuentra sentido al pasaje de Juan que dice: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca(Jn 3,16).

En ese momento que se presenta Jesús a sus apóstoles, no se encontraba Tomás, a quien llamaban el Gemelo. Cuando Tomás llega, Jesús ya no estaba entre ellos, es donde presenta su duda si de verdad habría resucitado. Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto mis dedos en el agujero de los clavos y no meto en su costado mi mano, no creeré(Jn 20, 25). Ese será otro acontecimiento importante donde todos nos vemos representados en él. A los ocho días de la resurrección, Jesús se vuelve a presentar ante sus discípulos, donde Tomás está presente. Quizás es el momento natural de la duda, pero que al mismo tiempo se hace la más grande profesión de fe, el reconocimiento de Jesús como verdadero hombre y como verdadero Dios, en esas palabras del Apóstol que quedaron para la posteridad: ¡Señor mío y Dios mío!(Jn 20, 28).

Es en donde Jesús le dirige esas palabras al apóstol, que no solo son para él, sino que nos alcanzan a todos los que a gran distancia de este acontecimiento nos vemos elogiados por Jesús a quienes luchamos día con día para alcanzar las promesas de la vida eterna. Le dice Jesús a Tomás: Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído(Jn 20, 29).

El evangelista deja en claro que solo esto se escribió, de tantos prodigios que Jesús realizó, para que creyéramos que él es el Cristo, el Hijo de Dios, para que al creer tengamos vida (Jn 20, 30-31).

Nuestra tarea es grande, y nuestro compromiso debe ser mucho mayor, ya que quizás los contemporáneos de Jesús tenían cierta justificación al dudar si era el Mesías, pero en nuestros tiempos con la formación que hemos adquirido y el ámbito religioso en el que nos hemos desarrollado, deberíamos tener más conciencia de que él es el Hijo de Dios que ha venido a salvarnos, y que fuera de ese nombre no podremos tener vida eterna (Hech 4, 12).

Miércoles de Ceniza

Miércoles de Ceniza

Miércoles de ceniza

 

Pbro. Juan José González Parada

Homilía

Iniciamos la cuaresma con un signo que es la imposición de ceniza y ante esta celebración nos preguntamos ¿Qué es esta celebración? y ¿Que nos implica?

¿Qué es esta celebración?

La celebración de la ceniza es un sacramental, que hay que distinguir de los sacramentos, los sacramentales lo definen el Derecho Canónico en el canon No. 1166; “los sacramentales son signos sagrados, por los que, a imitación en cierto modo de los sacramentos, se significan y se obtienen por intercesión de la Iglesia unos efectos especialmente espirituales.

Los sacramentales sirven para enriquecer la vida espiritual, instituidos para incentivar en nosotros una relación cada vez más profunda con Cristo y para ayudarnos a enfocarnos en la santificación de cada parte de nuestra vida, incluso en lo más sencillo y cotidiano.

El Catecismo de la Iglesia Católica en los números del1671 al 1673 define cuáles son los sacramentales:

“Entre los sacramentales figuran en primer lugar las bendiciones (de personas, de la mesa, de objetos, de lugares). Toda bendición es alabanza de Dios y oración para obtener sus dones.

Ciertas bendiciones tienen un alcance permanente: su efecto es consagrar personas a Dios y reservar para el uso litúrgico objetos y lugares. Entre las que están destinadas a personas que no se han de confundir con la ordenación sacramentalfiguran la bendición del abad o de la abadesa de un monasterio, la consagración de vírgenes y de viudas, el rito de la profesión religiosa y las bendiciones para ciertos ministerios de la Iglesia (lectores, acólitos, catequistas, etc.).

Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne llamado «el gran exorcismo» sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo”.

Los sacramentales sirven para enriquecer la vida espiritual, instituidos para incentivar en nosotros una relación cada vez más profunda con Cristo y para ayudarnos a enfocarnos en la santificación de cada parte de nuestra vida, incluso en lo más sencillo y cotidiano.

Los sacramentos los define el Derecho Canónico en el No. 840; Los sacramentos del Nuevo Testamento, instituidos por Cristo Nuestro Señor y encomendados a la Iglesia, en cuanto que son acciones de Cristo y de la Iglesia, son signos y medios con los que se expresa y fortalece la fe, se rinde culto a Dios y se realiza la santificación de los hombres, y por tanto contribuyen en gran medida a crear, corroborar y manifestar la comunión eclesiástica.

Por lo tanto, la celebración de la ceniza nos ayuda en nuestra vida espiritual, no podemos suplir el sacramento por el sacramental.

En muchos momentos de nuestra vida le damos más importancia a los sacramentales que al sacramento, por ejemplo, somos muy prontos para imponernos la ceniza y si no nos la ponemos entramos en una situación de crisis, creemos que hemos cometido una falta grave,

no así con los sacramentos, por ejemplo, faltamos a Misa dominical pudiendo haber ido, y en la confesión sacramental no lo mencionamos como pecado mortal.

Cuando nos imponemos la ceniza la andamos luciendo como si fuera una estrellita de buena conducta, con este signo manifestamos públicamente que somos pecadores y que necesitamos convertirnos al Señor, lo tendremos que hacer a través de nuestro arrepentimiento, oración, ayuno y las obras de misericordia.

Y cuantas cosas más hay sobre este punto de los sacramentales a los que les damos más importancia y vivencia que a la misma presencia de Cristo en los Sacramentos.

¿Qué me implica?
La Cuaresma me implica varias acciones:

Primero. Arrepintiéndome de mis pecados y confesándome; tengo que dedicar tiempo para pensar en qué he ofendido a Dios, si me duele haberlo ofendido, si realmente estoy arrepentido. Éste es un muy buen momento del año para llevar a cabo una confesión preparada y de corazón.

Segundo. Luchando por cambiar, analiza tu conducta para conocer en qué estás fallando. Hazte propósitos para cumplir día con día y revisa en la noche si lo lograste. Recuerda no ponerte demasiados propósitos porque te va a ser muy difícil cumplirlos todos. Hay que subir las escaleras de escalón en escalón, no se puede subir toda de un brinco. Conoce cuál es tu defecto dominante y haz un plan para luchar contra éste. Tu plan debe ser realista, práctico y concreto para poderlo cumplir.

Tercero. Haciendo sacrificios, la palabra sacrificio viene del latín sacrum-facere que significa «hacer sagrado», entonces, hacer un sacrificio es hacer una cosa sagrada, es decir, ofrecerla a Dios por amor. Hacer sacrificio es ofrecer a Dios, porque lo amas, y ofreces cosas que te cuestan trabajo. Por ejemplo, ser amable con el vecino que no te simpatiza o ayudar a otro en su trabajo. A cada uno de nosotros hay algo que nos cuesta trabajo hacer en la vida de todos los días. Si esto se lo ofrecemos a Dios por amor, estamos haciendo sacrificio.

Cuarto. Haciendo oración, aprovecha estos días para orar, para platicar con Dios, para decirle que lo quieres y que quieres estar con Él. Te puedes ayudar de un buen libro de meditación para Cuaresma o de preferencia puedes leer la Biblia.

Que esta Cuaresma sea un momento para incrementar mi relación personal y profunda con Nuestro Señor Jesucristo y con cada hermano por medio del ayuno, la oración, los sacrificios, y de una forma muy concreta recibiendo y viviendo los Sacramentos.

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Juntos como Diócesis

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LA SINODALIDAD: UN FRUTO CON MUCHOS FRUTOS

«La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo, su misión».

P. Pedro Antonio Arceo Luna

Sinodalidad

Vivimos en la Iglesia un momento particular marcado por la novedad de un Sínodo sobre el Sínodo, convocado por el Papa Francisco para ponernos en marcha juntos, para tener un dialogo y una escucha atenta y recíproca, para vivir una autentica fraternidad y solidaridad.

Este proceso Sinodal, que ha iniciado en el 2021, tiene una triple invitación: la comunión, la participación, y la misión, mismas que harán de la Iglesia una verdadera casa de unidad, de amor y de misericordia.

Nuestra Iglesia particular, asumiendo la realidad sinodal, se ha puesto en camino junto con la Iglesia universal para responder al llamado del Espíritu Santo a través del Santo padre para caminar juntos.

De este Sínodo se esperan muchos frutos en toda la Iglesia que sin duda se verán cosechados también en nuestra Diócesis.

Un fruto con muchos frutos

El mismo proceso Sinodal ha dado ya sus primeros frutos en nuestra Diócesis, ya que nos ha hecho caminar más unidos y reunirnos para dialogar, escucharnos y opinar acerca de nuestro ser y quehacer en la Iglesia; desde el proceso en cada parroquia y luego en los decanatos, se ha respirado un ambiente fraternal, que sin duda es fruto del proceso sinodal y que ha de verse reflejado en el rostro de la Iglesia.

Otra consecuencia de este proceso ha sido la escucha a los alejados y la reflexión sobre esta realidad, que muchas veces nos es ajena; el acercarse al otro nos ayuda a cumplir con la misión encomendada por Jesucristo de “ir por todo el mundo” (Mc 16, 15) para llegar a todos y que cada uno se sienta parte de la familia de Dios.

Este proceso Sinodal vivido con seriedad y guiado por el Espíritu de Dios, nos ha de llevar a ser una Iglesia Diocesana más participativa, donde todos tomen parte de la misión que tenemos como Iglesia; el hecho de escucharnos y notar realidades que eran casi imperceptibles, tendría que ayudarnos a encontrar nuevas estrategias de pastoral, para que podamos ser una Iglesia de puertas abiertas, donde todos quepan y todos se sientan motivados por el Evangelio.

Con lo anterior, una consecuencia lógica será la comunión fraterna y solidaria, donde cada vez se tome conciencia del hermano, del que tengo al lado y el que está más alejado. La comunión debe ser una realidad siempre, que nazca de los lazos reales de sentirse parte de la comunidad. Hemos de alcanzar una comunión que sane las heridas del pasado y fortalezca la relación entre creyentes, incluso entre los que no lo son.

Otro fruto del Sínodo para nuestra Iglesia particular, o al menos el ideal, es mayor diálogo y participación conjunta entre los fieles y los pastores de la comunidad ya que, como pueblo de Dios, estamos llamados a caminar hombro con hombro por las sendas que el Señor quiere mostrarnos, para parecernos cada día más a la Iglesia que Cristo quiere; un pueblo que viva en comunión y participación y que trabaje para que el Evangelio sea anunciado a todos.

En el esfuerzo conjunto y con espíritu sinodal, lograremos ser más abiertos al diálogo y a la convivencia, más empáticos y más eclesiales, respondiendo a la naturaleza misionera de la Iglesia.

Conclusión

Sin duda que el proceso sinodal y el Sínodo en sí mismo, es una oportunidad para crecer, cuyos frutos están haciéndose ya presentes. De nosotros dependerá seguir cosechando como Iglesia Diocesana, para ser una Iglesia de comunión, participación y misión, donde todos caminemos juntos a la meta que es Jesucristo y que cada vez más reflejemos el rostro de la Iglesia que Dios quiere que seamos, el pueblo de Dios que sale al encuentro de su Señor, siempre unidos entre nosotros y con los que se han alejado.

Todos aguardamos con esperanza este momento histórico de la Iglesia, pero sus consecuencias podrán ser posibles si todos vivimos ese espíritu de sinodalidad, y dejamos que sea el Espíritu Santo quien nos guíe, nos anime y oriente para esta encomienda. Si al árbol se le conoce por sus frutos( Lc 6, 44) que a los cristianos de este tiempo, y de esta Iglesia de Aguascalientes, se nos conozca por avanzar juntos en espíritu sinodal.

Papa Francisco

«La sinodalidad es la forma de ser iglesia hoy según la voluntad de Dios en una dinámica de escucha y discernimiento del Espíritu Santo».

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VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Homilía del Domingo VI del Tiempo Ordinario

 

P. José Juan Vázquez Rincón

Homilía

Nada por encima de la ley dada por Dios a Israel. Ese es el punto de vista fundamental que nos comparte el Señor Jesús al comienzo del Evangelio. Jesús enseña el verdadero valor de la Ley que Dios había dado al pueblo hebreo a través de Moisés y la perfecciona aportando, con autoridad divina, su interpretación definitiva. Jesús no anula los preceptos de la Antigua Ley, sino que los interioriza, nos enseña a llevarlos a cabo con la finalidad de perfeccionar su contenido a todo aquello que ya estaba implícito en ellos para entenderlos con mayor profundidad.

Vemos pues que, después de haber enseñado el valor de la Ley, puntualiza su verdadero cumplimiento, de modo que va más allá de una observancia meramente formal, por lo que lo ejemplifica con las «antítesis». El Señor Jesús nos lleva a la interiorización de los mandamientos para ir evitando todo tipo de palabrerías, pero sobre todo a darnos cuenta que cada uno nos presentaremos ante el tribunal de Dios a rendirle cuentas de las acciones que en vida realizamos.

Jesús indica tres faltas que podemos cometer contra la caridad en las que puede apreciarse una gradación.

  1. Comienza con la «ira», es decir, una irritación interna, en la que si no se logra a controlar provoca un sentimiento de enfado muy grande y violento, que predispone al insulto.
  2. El insulto, esta acción leva a ofender o humillar a una persona. Literalmente habría que traducirla «raca». Réqá’ era una exclamación de gran desprecio que usaban los judíos, es una palabra aramea difícil de traducir: equivale a lo que hoy podríamos entender por necio, estúpido o imbécil.
  3. Maldecir, supone la mayor ofensa, pedir y desear que le ocurra un mal a alguien; se pierde todo el sentido moral y religioso.

El texto nos enseña también la importancia de los pecados internos contra la caridad el rencor, el odio, etc.que fácilmente desembocan en otros externos: la murmuración, la injuria, la calumnia, etc.

Otro aspecto que se destaca en el Evangelio como precepto de la Antigua Ley es sobre el tema del adulterio, el deseo de la mujer del prójimo. En este sentido el Señor Jesús condena la mirada pecaminosa, haciendo énfasis «si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”». Este modo de hablar no significa que nos debamos mutilar físicamente sino luchar sin concesiones, estando dispuestos a sacrificar todo aquello que pueda ser ocasión clara de ofensa a Dios. Sus palabras tan gráficas, previenen

principalmente acerca de una de las más frecuentes ocasiones, por lo tanto es la advertencia al cuidado que debemos tener con las miradas.

Mención especial merece la cuestión del divorcio. La Ley de Moisés (Dt 24,1-4) lo había tolerado por la dureza de corazón de los antepasados. Jesús restablece la originaria indisolubilidad del matrimonio tal como Dios lo había instituido (Gn 1,27; 2,24; Ef 5,31). La frase «excepto en el caso de fornicación» no es una excepción del principio de la indisolubilidad del matrimonio que Jesús acaba de restablecer. La mencionada cláusula se refiere, probablemente, a uniones admitidas como matrimonio entre algunos pueblos paganos, pero prohibidas, por incestuosas, en la Ley mosaica (Lv 18) y en la tradición rabínica. Se trata, pues, de uniones inválidas desde su raíz por algún impedimento.

Estas palabras pronunciadas por el Señor Jesús, que nos transmite san Mateo, nos deben animar a sentirnos responsables ante Dios para nuestro proceso de crecimiento espiritual personal. Un estilo de vida auténticamente cristiano, va a manifestar frutos. No es nada fácil seguir a Cristo, el camino es estrecho y exigente, pero es él quien nos da los medios y la fortaleza por poder llevar a cabo el proyecto que nos ha marcado para producir sus frutos en nuestra persona.

Recordemos que, en el domingo anterior, el mensaje del Señor se centraba en que debemos ser sal y luz para el mundo, hoy encontramos más elementos que nos ayudan a realzar esta tarea cristiana. Cristo es la luz que vino para alumbrar al mundo, a iluminar a todos los hombres, no de modo superficial, sino que, a través de la acción del Espíritu Santo, nos envía a ser lámparas con un compromiso serio al compartir su riqueza con una vida santa y apostólica.

Centremos nuestra atención en vivir los preceptos divinos con una verdadera caridad, pues es ella la que ha de ser la virtud primera para aquel que ha decido seguir a Cristo. Como bautizados luchemos cada día por realizar nuestra labor, procurando expresar con obras nuestro amor a Dios, manifestándolo a quienes nos rodean. «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4,20); es en el prójimo donde se descubre, de un modo misterioso pero real, a nuestro Señor que está presente en la vida de los que coloca a nuestro lado.

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Artículos Guadalupanos

Artículos Guadalupanos

Los personajes del acontecimiento Guadalupano

 

Pbro. Alejandro Hernández Avelar

Fe y espiritualidad

Sin duda el acontecimiento Guadalupano es importante y ha marcado la vida de nuestra nación, en él encontramos algunas personas importantes que en algunos casos desconocemos su realidad y nos vamos quedando con lo que nos van presentando algunas películas, algunos otros programas o documentos que no tiene un buen fundamento.

Por medio de este texto se pretende dar información sobre estas personas y conocer con mayor certeza sobre ellos.

Santa María de Guadalupe

Aunque la Virgen de Guadalupe se presenta en nuestra patria, con las características de una raza mestiza, tenemos que ser realistas, su origen está en Nazaret, no podemos desencajar su origen y su contexto original. Mujer joven Nazarena que acoge el plan de Dios en su vida y se hace su servidora, que sabe hacer la voluntad de Dios en su vida y que al pie de la Cruz de Jesús nos recibe como sus hijos, y desde allí se hace presente en la vida de cada uno de nosotros como sus hijos que somos y nos acompaña.

Una de las características de Santa María es hacerse presente en los acontecimientos de desesperanza, de desilusión o donde parece que todo está perdido, lo podemos ver en la visitación a su prima Isabel, en la boda de Caná, en la crucifixión de su Hijo, así también se hace presente en México, en donde después de la conquista parecería que todo está perdido, donde hay una nueva raza naciendo, la mestiza, despreciada por indígenas y españoles, pero acogida por Santa María de Guadalupe, que nosotros llamamos morenita y en realidad es mestiza, acogiendo a esa raza desprotegida y presentándose como su Madre, acogiendo no solo su color de piel, sino también su lengua, el Náhuatl, sus atuendos, para así poder mostrarle su maternal protección y cariño.

San Juan Diego

Indígena chichimeca, originario de Cuautitlán,  nació aproximadamente en 1474, su nombre indígena era Cuauhtlatoatzin, que significa el que habla como águila. Cuando tiene el encuentro con la Virgen se dice que residía en Tulpetlac. En su adolescencia vivió como cualquier indígena de su tiempo, con sus dioses, sus costumbres y forma de vida. Cuando llegaron los primeros 12 franciscanos en 1524, tenía ya 50 años de edad, acoge el cristianismo y pide ser bautizado junto con su esposa y su tío, Cuauhtlatoatzin toma el nombre de Juan Diego, su esposa Malintzin el de María Lucía y su tío Juan Bernandino. Él acudía a la catequesis al centro de evangelización de Santiago de Tlatelolco, todavía no había convento allí sólo acudían los franciscanos cada tercer día y los domingos. Su esposa murió dos años antes de las apariciones. El sábado 9 de diciembre cuando Juan Diego se dirigía a una de sus catequesis se le aparece por primera vez la Virgen de Guadalupe convirtiéndose desde ese momento en el mensajero de Nuestra Señora, ante el Obispo Fray Juan de Zumárraga. Para este momento del encuentro con la Virgen María Juan Diego ya tenía 57años. Cuando la Imagen de Santa María de Guadalupe fue llevada a la ermita que había mandado construir el Obispo por mandato de la Virgen, Juan Diego suplica al Obispo poder vivir cerda de la ermita, éste accedió y le proporciono una pequeña casa junto a dicho lugar, en donde vivió hasta su muerte. A diario se ocupaba de cosas espirituales y barrer el templo, “Frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración” (Nican Motecpana)

Juan Diego Muere el año de 1548 a los 74 años de edad, sus restos fueron sepultados cerca de la ermita, actualmente por desgracia no se sabe exactamente en qué lugar descansan sus restos, porque más tarde este atrio de la ermita  se convirtió en cementerio, no fue el único que se sepulto, solo se tiene un pequeño monumento en donde se dice que en la cercanía de ese lugar está sepultado Juan Diego

Juan Bernardino

Pocos datos se tienen de Juan Bernardino, tío de Juan Diego, se dice que se bautizo junto con su sobrino y la esposa de éste.

Cuando Juan Bernardino envía a Juan Diego a por un sacerdote para que le prepare a bien morir, se le aparece la Santísima Virgen María de Guadalupe, realizándose por su intercesión la curación del moribundo y es a él que le revela su nombre de Guadalupe. “Y dijo cómo a él (Juan Bernardino) también se digno enviarlo a México para ver al Obispo y que, cuando fuera a verlo, que por favor le manifestara, le informara con todo detalle lo que había visto, y cuán maravillosamente se había dignado sanarlo, y que condescendía a solicitar como un favor que a su preciosa imagen precisamente se le llame, se le conozca como la Siempre Virgen Santa María de Guadalupe”. (Nican Mopohua 205-208).Esta es considerada la quinta aparición de la Virgen.

Juan Bernardino muere el 15 de mayo de 1544, a los 84 años de edad, contagiado de cocolixtli, y fue sepultado en la ermita de Santa María de Guadalupe.

Fray Juan de Zumárraga

Nació en Tabira Durango, Vizcaya en 1468, llega a la Nueva España como obispo electo en 1528, y es consagrado Obispo en España en 1533, y el Papa Paulo III, lo nombro Arzobispo, Zumárraga no hablaba el náhuatl, siempre se valió del Padre Juan González, como intérprete, quien también fue su confesor. Fue Fray Juan de Zumárraga quien construye la primera ermita a nuestra Señora de Guadalupe, y quien la traslado desde la ciudad de México hasta el Tepeyac, el 26 de diciembre de 1531. Muere el 3 de junio de 1548, el mismo año que San Juan Diego, sus restos están sepultados en las criptas de la Catedral Metropolitana de México.

Bibliografía.

Ignacio H. De la Mota, Diccionario Guadalupano, enciclopedia Guadalupana, A.C. México, 2002.

Eduardo Chávez y Jorge Arredondo, Nican Motecpana, análisis y reflexión, Instituto Superior de estudios guadalupanos, México, 2018.

José Luis G. Guerrero, Aquí se cuenta… el gran acontecimiento, editorial Realidad, teoría y práctica, S.A. DE C.V. Cuautitlán, Edo. De México, México, 2003.

Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Testimonios históricos guadalupanos, Luis Lasso de la Vega, El gran acontecimiento, Fondo de cultura económica, México, 2004.

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