CUARESMA TIEMPO DE PREPARACIÓN

CUARESMA TIEMPO DE PREPARACIÓN

CUARESMA TIEMPO DE PREPARACIÓN

¿QUE ES LA CUARESMA?

Tiempo de reflexión de sacrificio y de oración, la cuaresma es el tiempo de nuestro año litúrgico que se remonta con varias prefiguraciones ya que significa cuarenta días, y hacemos alusión a los 40 días y noches que pasó Noé en el arca, por los años pasados en el éxodo hasta llegar a la tierra prometida. Los 40 días que pasó Jesús ayunando en el desierto, cuando fue tentado por satanás, la cuaresma pues, es un tiempo de preparación para llegar a celebrar la pascua y “el domingo de Resurrección, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho participes de su vida inmortal”.

¿CUÁNDO INICIA?

La cuaresma según el ciclo litúrgico va variando año con año, la razón es el calendario lunar, la primera luna llena de primavera es el domingo que inicia la Semana Santa, los judíos la renuevan el día 15 de Nisán.

Inicia con el miércoles de Ceniza, día donde se impone la ceniza a los fieles, recordando que “del polvo somos y al polvo volveremos”. Esta ceniza es signo de renuncia, podemos reducir a ceniza nuestro pecado; es tiempo para acercarnos con mayor entrega al Señor.

 Es necesario darnos cuenta que somos invitados a cambiar de vida, a convertirnos desde un movimiento interno del corazón. En cuaresma podemos hacer nuestro desierto como Jesús que pasó por el desierto 40 días y noches, Él se despojó de comodidades, ruido, alimento, gustos, placeres estuvo en oración y de allí comenzó su misión, así nosotros somos llamados a hacer propósitos que nos ayuden a templar nuestro cuerpo, como ayunar de un alimento de mucho agrado, de la música favorita,  pero sería de mayor beneficio si también ayunamos de envidia, de crítica, de egoísmo, de soberbia, de enojo.  

Es necesario estar en recogimiento, en oración y ayuno.  Algo que nos cuesta tanto en nuestra actualidad es guardar silencio porque estamos en una cultura del ruido, donde es preferible aturdirse que reflexionar en el silencio. Y es bien sabido que en este reflexionar sabremos tomar mejores decisiones en nuestra vida cristiana.

¿QUÉ PUEDO HACER?

El ayuno, no solo de alimento, sino de aquello que nosotros sabemos está mal y que necesitamos erradicar en nuestras vidas. Al mismo tiempo, el ayuno se acompaña del compartir con otros lo que poseemos.

Con la limosna podemos ayudar a la persona necesitada, pero que dicha acción no se muestre como obligada, que sea nuestra misma donación y amor por el prójimo el que nos motive a hacerlo, porque puedo dar algo, pero si mi corazón está más empolvado que un mueble no tiene caso que lo haga.

Cada acción con amor, es generosa y fructífera que desinteresadamente nos lleva como comunidad a ofrecer aquello con amor a nuestros hermanos. Es importante hacerlo desde el interior sin anunciarlo con trompeta, es propio que nos parezcamos a Cristo, que nuestro deseo de conversión motive a nuestros hermanos acercarse al que dio la vida por nosotros en un madero.

La oración es un espacio íntimo, de diálogo filial con Dios nuestro Padre, y la mejor forma de hacerla nos la dice el mismo Jesús, cuando dice: «cuando ores entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu padre que está en lo secreto y tu padre que ve lo secreto te recompensará».

Es entrar en nuestro corazón con la disposición de escuchar la voz de Dios para poder preguntarnos ¿al inicio de esta cuaresma estoy dispuesto a iniciar mi cambio de vida? ¿la cuaresma es solo una festividad que celebramos por tradición? ¿nos quedamos sólo en lo externo o sabemos el sentido de los acontecimientos que celebramos y vivimos en este tiempo?

Que esta cuaresma nos ayude a cambiar nuestra vida, pues para cambiar el mundo, para ayudar a los demás necesito convertirme yo personalmente para cambiar a los demás desde el testimonio.

El Señor nos ama y nos mostró su Amor en la Cruz y un Amor inexplicable, este Amor pareciera una lógica contradictoria cuando dice «amen a sus enemigos, oren por quienes los persiguen», pero nos confirma «ámense los unos a los otros».

Dios nunca deja a sus hijos aún con nuestros muchos pecados. El Señor no condena, más bien, animémonos y démonos la oportunidad de que Dios entre a nuestro corazón.

Para el cristiano la vida se presenta como una oportunidad de encuentro con el Señor, no movido por el miedo al infierno, sino por el amor que llama a cada uno a luchar para conquistar el Reino.

¿Qué nos deja el rosario?

¿Qué nos deja el rosario?

¿Qué nos deja el Santo Rosario?

Devoción del Rosario

Que importante es para todo Católico Cristiano tener una especial devoción al Santo Rosario, la oración por excelencia a la Madre del verdadero Dios y también nuestra. La historia nos dice que fue a un sacerdote español, Santo Domingo de Guzmán, fundador y organizador de la Orden de Predicadores, a quién la Virgen María se le apareció y le enseño como recitar el rosario, pidiendo que lo predicara por todo el mundo y con ello obtendría la conversión de los pecadores y abundantes gracias.

El Rosario es la oración más hermosa que podemos dirigir a la Virgen, al tiempo que es el más perfecto homenaje ofrecido a Jesús; es un método sencillo y fácil para meditar en las grandes verdades de nuestra santa fe; es un arma invencible para combatir a nuestros enemigos espirituales; un poderoso medio de conversión y santificación; un tesoro inapreciable de indulgencias. (Fraternidad Sacerdotal San Pío X, Abril 2020)

Creo que en algún momento de nuestra vida hemos experimentado esa sensación de alivio y de paz que nos trae esta bella oración cuando la recitamos. No es ajeno a la gran mayoría de los creyentes el hecho de vivir una situación complicada y sostener en la mano el rosario; pensemos propiamente en el sentir de cada uno de nosotros cuando acudimos a Nuestra Madre del cielo saludándola como lo hizo en aquella ocasión el Arcángel Gabriel: Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor está contigo… y a la vez recurriendo a ella como gran intercesora de los hombres ante el Creador: Ruega por nosotros los pecadores.

Cuando rezamos el Santo Rosario, estamos meditando la vida misma de nuestro Señor Jesucristo, es una oración bíblica. Cada misterio nos da la oportunidad de profundizar en algunos momentos concretos del actuar de Jesús y María, y creo que esto es reconfortante y alentador. Indagar en aquella inconmensurable sabiduría de Dios con los ojos de Fe y de amor con que lo hizo su humilde esclava.

Simplemente recordemos cuando en alguna ocasión hayamos necesitado de nuestra mamá, si no podía yo resolver la tarea, si no encontraba un suéter, si me veía amenazado, si necesitaba permiso de papá para tal o cual cosa; acudía de inmediato al auxilio de ella y era algo casi seguro de obtener. De ésta misma manera podemos acudir a María Santísima, porque es nuestra mamá, Jesucristo estando en la cruz la entregó como Madre de la humanidad entera: “Después dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa”. (Juan 19, 26-27)

Y es tan sencillo reconocer el obrar de una verdadera madre, siempre amorosa, servicial, entregada, trabajadora y sobretodo protectora de sus hijos; tantas y tantas son las cualidades que podemos encontrar en ella.

En el rezo del rosario vamos descubriendo cómo María es una madre solicita a lo que sus hijos necesitan, el pasar de cada cuentita es como suspiro de esperanza para nuestro ser, y es que cuánto amor se encierra en cada Ave María, nosotros le hablamos y ella nos escucha, es un diálogo tierno de madre a hijo. Su voz de dulzura envuelve el corazón y lo acerca a la gracia de Dios, lo hace aspirar a lo sublime, a lo eterno, a lo divino; recitarlo, también nos pide un acto de confianza y de entrega, es decir, confiamos filialmente en la poderosa intercesión de María y dejamos a su cuidado nuestro caminar.

Muchos son quienes a lo largo de los años nos han invitado a tomar el Santo Rosario como arma potente ante las acechanzas del maligno, sabemos que la tentación está en cada momento y necesitamos protección. Desde que amanece hasta que anochece habrá algún tiempo para que podamos rezarlo. Creo podemos caer en un estado de pereza espiritual y olvidarnos completamente cuanto valor tiene esta oración, y nos justificamos fácilmente diciendo: no tengo tiempo, se me olvidó, hoy no pude rezar, etc., entra otras muchos pretextos. Pero qué tal si lo rezamos de camino al trabajo, de camino a la escuela, mientras hago ejercicio, mientras hago el aseo de la casa, suena algo extraño pero es posible.

 

Será un reto para las generaciones actuales y futuras seguir practicando esta devoción; los jóvenes o adolescentes incluso adultos catalogan la piedad popular como algo retrograda y pasado de moda, como algo para señoras piadosas, para quienes se creen santitos… y cuanto mal se hace con ello a nuestra Iglesia. La Santísima Virgen nos llama pues a que recurramos a su maternal auxilio y a volver el corazón hacia Dios. Nada más y nada menos en las apariciones de Fátima, con cuánta insistencia les pedía a aquellos pastorcitos que siguieran rezando el Santo Rosario para que el mundo obtuviera la paz.

Hermanos, hagamos un análisis personal de lo que nos deja el rezo del rosario en nuestra vida, algunos dirán: me deja una paz incomparable, una alegría indescriptible, me hace confiar mi vida en manos de Dios y de la Virgen María. Y lo esencial, es que aquello que yo experimente lo lleve a las obras, que no me quede únicamente en el mero sentimiento, sino que en mi actuar refleje los frutos obtenidos con esta oración. Incluso la misma Madre de Dios ha hecho promesas a quienes con verdadera devoción y libre voluntad hagan de esta práctica algo constante.

 

«En el Rosario he hallado los atractivos más dulces, más suaves, más eficaces y más poderosos para unirme con Dios» –Santa Teresa de Ávila.

Edgar Alejandro Morquecho Cortez

Muerte cerebral y muerte personal

Muerte cerebral y muerte personal

Muerte cerebral y muerte personal

Ciencia

Sucede con cierta frecuencia escuchar: ‘el paciente tiene muerte cerebral’, o ‘tiene muerte encefálica. ¿Será verdad? Consideremos lo siguiente: el encéfalo, consta de tres partes principales: el cerebro, el cerebelo y el bulbo raquídeo con la médula espinal. Cada parte tiene sus funciones propias, que a la vez son interdependientes.

El cerebro, o masa encefálica, es la parte más desarrollada del sistema nervioso y el órgano rector de las demás funciones vitales; hace funcionar los sentidos, en la corteza cerebral se dan las funciones de la memoria, el aprendizaje y la comunicación verbal; es la sede de la inteligencia y la voluntad. El cerebelo, situado en la parte posterior del cerebro, regula la actividad muscular voluntaria iniciada en la corteza cerebral, el equilibrio y la locomoción. La parte superior de la médula espinal (bulbo raquídeo) regula la actividad muscular involuntaria como la respiración, el ritmo cardiaco y la temperatura corporal; del cuerpo central de la médula espinal salen pares de nervios intervertebrales que regulan el funcionamiento de los diversos órganos vitales.

Suele suceder que alguna o algunas partes del encéfalo se dañen, y se pierdan sus funciones, pero las demás partes del encéfalo, que no están dañadas siguen funcionando. A esto no se le puede llamar muerte encefálica, porque solamente está parcialmente dañado.

Hay muerte encefálica cuando todas las funciones del encéfalo (cerebro, cerebelo y bulbo raquídeo con la médula espinal) han desaparecido total e irreversiblemente, ya que el encéfalo es el órgano indispensable para mantener la unidad funcional del organismo como un todo integral.

 

Mientras exista un mínimo de actividad encefálica no se puede declarar la muerte encefálica. No basta la pérdida de la conciencia, ni siquiera el estado vegetativo irreversible, para declarar la muerte encefálica; será necesario que el electroencefalograma detecte que no hay absolutamente ninguna señal o estímulo nervioso, y esto de manera irreversible.

Corrado Manni propone tres criterios para establecer la muerte total del encéfalo: a) el criterio anatómico: la devastación traumática del cuerpo, el cuerpo destruido y desmembrado; b) el criterio cardio-circulatorio: parada cardiaca prolongada; criterio neurológico: c) la muerte encefálica total, cese de toda actividad nerviosa definitiva.

Hay legislaciones que acertadamente dan criterios prácticos; como cuando se dan simultáneamente las siguientes condiciones: a) la ausencia completa de reflejos del tronco cerebral, rigidez pupilar, ausencia de reflejos en la córnea, ausencia de respuesta motora de los nervios craneales, ausencia del reflejo de deglución; b) ausencia de la respiración espontánea; c) silencio eléctrico cerebral.

Pero considerar el encéfalo como única sede del alma es un error, es una visión biologista que impide una posterior visión antropológico-filosófica. La muerte encefálica no coincide con la muerte personal; porque dada la muerte encefálica, todavía permanecen vivos algunos órganos humanos mientras conservan sustancias nutritivas, cosa que permite el trasplante de órganos, un órgano muerto no sería trasplantado.

Asegurar la muerte personal depende de un juicio filosófico sobre la verificación de un cambio sustancial.

La muerte personal es algo mucho más que la muerte biológica. No es sólo la destrucción del organismo, sino la total destrucción de su existencia humana: imposibilidad de expresar su vida personal en el mundo, es la crisis de la destrucción definitiva de la unión sustancial de todo el hombre, separación del alma y el cuerpo y destrucción física del cuerpo. Es separación violenta de la persona del mundo humano en el que vive, en el que espera y al que ama, ya que el hombre es un ‘espíritu en el mundo’. Por ahora, experimentamos la muerte en la muerte de los que amamos. Su muerte es, en cierta proporción, nuestra muerte; quien pierde a una persona amada se siente otro, ya no es el mismo, ha perdido algo que era suyo: el ‘yo’ ya no es lo mismo cuando le falta el ‘otro’. La muerte no es algo que se añade a la vida y que está al final, sino que la muerte le pertenece a la vida, está incluida en ella, no sólo es el fin de la vida, sino que es su orientación y su destino.

 

El hombre muere, y quiere morir porque sabe que su destino no es el tiempo. Si el hombre no muriera, el espíritu perdería su dignidad: el espíritu estaría encadenado y condenado a su perpetuidad temporal que contradice sus fines y su trascendencia. La afirmación de la inmortalidad personal se hace a través de la existencia humana y como parte de ella.

Solamente la fe nos da la clave en el amor a Dios que supera todo lo negativo de la muerte biológica: ‘si vivimos, para Dios vivimos; si morimos para Dios morimos’ (Rom 14,8-10). La trascendencia del espíritu humano y su relación con Dios nos garantiza una continuidad de la vida personal en la situación que más anhelamos durante nuestra existencia histórica.

El tema de la muerte encefálica se ha generalizado a partir de la posibilidad del trasplante de órganos, de un donante difunto a un receptor vivo.

Principios ético-antropológicos

  • No activar ningún procedimiento que acelera la muerte del paciente donante.
  • Evitar toda forma de eutanasia, tanto activa como pasiva.
  • Sólo hasta haber certificado la muerte encefálica se podrán extraer los órganos.
  • No hacerlo sin el consentimiento informado del donante o sus familiares.
  • La donación debe ser gratuita. No comercialización de órganos ni injusta asignación.
  • Respeto al cuerpo del donante y a la vida del receptor.

La cultura de la vida nos obliga a tener ideas claras sobre la licitud moral o su ilicitud en cada caso. Nuestro deber de defender la vida con fines buenos y medios lícitos se justifica por el principio de solidaridad. 

En el caso de que el donante sea una persona viva, el principio de solidaridad deberá aplicarse bajo las siguientes condiciones: 

  • Que el donante no sufra grave o irreparable daño en su vida o en su actividad.
  • Que el daño del donante sea proporcional al beneficio real en la vida del receptor.
  • Que sea el único medio para prolongar la vida del receptor.

 

Mientras exista un mínimo de actividad encefálica no se puede declarar la muerte encefálica.

Pbro. Dr. Carlos Torres López

¡Creo en la vida eterna!

¡Creo en la vida eterna!

¡Creo en la vida eterna!

Teología

Sin  duda, que un tema algo complicado de abordar tanto para la filosofía como para la teología es el de la vida después de la muerte. En el caso de la teología conocemos la realidad de la vida después de la muerte por la revelación, pero aun así no la podemos comprender de una manera clara y total, por las limitaciones actuales de nuestro tiempo y espacio e inclusive del mismo lenguaje que no logra comprender en totalidad estas realidades sobrenaturales. Por tanto, el hilo conductor de este articulo se centrará en considerar lo ya dicho por el Magisterio y la Tradición sobre estas realidades últimas que popularmente se les conocen como postrimerías.

Esta afirmación es tan esencial para comprender el alcance de la esperanza del cristiano de esta realidad última, ya que, en el credo cristiano, se afirma que: el hombre ha sido hecho para la vida, que alcanzará su culmen en la contemplación gozosa de Dios. Este creer en la vida eterna se realiza en la plena libertad del hombre, ya que él, puede aceptar o no este don. Es por eso que se entiende la condenación no como una acción injusta de Dios sino como el “no” del hombre a la autodonación de Dios.

En nuestro contexto actual, y haciendo un balance de la cuestión, nos encontramos con una cultura que no acepta la muerte, que trata de eliminarla de su vida como esa realidad tesionante que es; o  si no se le elimina se le satiriza para hacerla parecer tan débil, y ajena a la vida del hombre. El campo actual de la teologia de la muerte busca acercarnos a la humanización de la muerte nuevamente, no verla como una realidad ajena a la vida del hombre, sino como una realidad tan humana e inevitable para todos, qué hay que enfrentarla con confianza y certeza de que saldremos victoriosos por la gracia de Cristo. Por tanto, un reto para nosotros hoy es humanizar la muerte nuevamente, ya que, su deshumanización lleva a la deshumanización de la vida.

Creer en la vida eterna finalmente, nos sitúa en que seremos juzgados, de una manera personal y colectiva. En la muerte que  pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). Es muy importante entender el juicio final como ese tiempo de la cosecha en el cual, se nos juzgara  de acuerdo a nuestra vida en Cristo. Y entonces, recibiremos el premio o el castigo que libremente optamos. San Juan de la Cruz expresa con una tremenda certeza que en el “en el ocaso de nuestra vida seremos juzgados en el amor”. 

La tradición de la Iglesia al unísono sitúa que el resultado del juicio particular en el cual cada hombre ha de presentarse se resumirá en salvación (cielo y purgatorio) o condenación. Finalmente el juicio Universal será hecho a toda la humanidad, en el cual, todo será recapitulado en Cristo. 

 

CIELO

Es un hecho innegable, tal como afirma el catecismo de la Iglesia Católica que  los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven «tal cual es» (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4).  Pero para entender esta realidad del cielo y verla de una manera correcta,  es preciso en primer lugar, entender el término «cielo», que refleja de modo natural la fuerza simbólica del «arriba», de la altura, la tradición cristiana se sirve de este término  para expresar la plenitud definitiva de la existencia humana gracias al amor consumado hacia el que se encamina la fe. Entender cielo de esta forma nos orienta a  no  perdernos en fantasías exaltadas sino conocer con más profundidad la oculta presencia que nos hace vivir de verdad y que, sin embargo, continuamente dejamos que nos la tape lo aparente, apartándonos de ella.

El hombre está en el cielo cuando y en la medida en que se encuentra con Cristo, con lo que halla el lugar de su ser como hombre en el ser de Dios. Así que cielo es primariamente una realidad personal que lleva para siempre la impronta de su origen histórico en el misterio pascual de muerte y resurrección.  Entender el cielo como una realidad  de esta forma nos sitúa el aspecto cristológico y eclesiológico del mismo cielo. Ya que en él, se conjugan la victoria de Cristo en su Misterio Pascual y si el cielo se basa en el existir en Cristo, entonces implica igualmente el estar con todos aquellos que en conjunto forman el único cuerpo de Cristo. En el cielo no cabe aislamiento alguno. Es la comunión abierta de los santos y, de ese modo, también la plenitud de todo coexistir humano, plenitud que es consecuencia de la pura apertura al rostro de Dios, y no concurrencia hacia ella.

Antiguamente se hablaba de que el camino al cielo se llegaba de una manera más fácil para determinados estados de vida, hoy la reflexión teológica que hemos madurado paulatinamente por medio del Concilio Vaticano II, nos hace ver que el llamado a la santidad es universal y que Dios en su infinita creatividad suscita caminos que ni nosotros nos imaginamos.

Finalmente, concluimos este apartado  considerando al cielo en cuanto tal, como una realidad «escatológica», en una doble significación, ya que  el cielo es la manifestación de lo definitivo y totalmente otro. Su definitividad procede del carácter definitivo del amor de Dios, amor irrevocable e indivisible. El cielo se nos presenta como realidad o fruto de la gracia y de la libertad  personal, pero también como el fín al que esta llamada toda la creación en la consumación de los tiempos (Parusía).

Esta realidad que conocemos como purgatorio es compleja de entender, ya que no es un inter entre el cielo y el infierno ni mucho menos un estado definitivo del alma que llega a él; la manera correcto de entenderlo es, en primer lugar como lo señala el Catecismo de la Iglesia Católica: como ese lugar de purifición final de los elegidos que es completamente  distinto del castigo de los condenados. los que llegan al purgatorio son los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque claro, están seguros de su eterna salvación, por tanto, para ellos el purgatorio se convierte  en una oportunidad de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría o beatitud del cielo.

La existencia de este estado de purificación es ampliamente respaldado por la tradición de la Iglesia y la Sagrada Escritura, la cual, a menudo alude a esté como un “fuego purificador”.

Finalmente como ultima consideración de este estado, la manera de purificarse y por ende, de salir del purgatorio, es por medio principalmente de la Iglesia militante o sea, la Iglesia de todos nosotros, los cristianos de esta época. La Escritura y la Tradición de la Iglesia, nos invitan continuamente a orar por los difuntos. La Iglesia  desde los primeros tiempos, ha honrado y ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio Eucarístico, para que una vez purificados, puedan llegar los difuntos a la visión beatifica de Dios. La iglesia además aprueba y recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia a favor de los difuntos.

INFIERNO

Como ultima realidad o postrimería que hay, está el infierno el cual es consecuencia del  mismo obrar del hombre, que de una manera libre y consciente elige no amar a Dios.  Y no se ama a Dios cuando se peca gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos. Esta puntualización ya la había dejado muy clara el apóstol san Juan: “Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna y permanece en él”  (1Jn 3, 14-15).

La Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y  y allí sufren las penas del infierno. El infierno es el lugar del castigo, en el cual, la principal pena estriba en la separación  eterna de Dios, por la propia autoexclusión del hombre que se niega a acoger el amor  misericordioso de Dios y se obstina en el mal camino. 

Finalmente, la invitación que hace la Sagrada Escritura y la Tradición respecto a esta realidad es la de la responsabilidad personal y el llamamiento apremiante a la conversión, ya que Dios no predestina a nadie al infierno, sino que el hombre de una manera aberrante se aleja de Dios hasta el final.

Para el cristiano la vida se presenta como una oportunidad de encuentro con el Señor, no movido por el miedo al infierno, sino por el amor que llama a cada uno a luchar para conquistar el Reino.

Josué Oswaldo Bárcenas Hernández

Domingo V Tiempo Ordinario, Ciclo A

Domingo V Tiempo Ordinario, Ciclo A

Homilía

DOMINGO V  

09 de Febrero 2020

¡Ustedes son la luz del mundo!

Hoy, el Evangelio nos hace una gran llamada a ser testimonios de Cristo. Y nos invita a serlo de dos maneras, aparentemente, contradictorias: como la sal y como la luz.

La sal no se ve, pero se nota; se hace gustar, paladear. Hay muchas personas que “no se dejan ver”, porque son como “hormiguitas” que no paran de trabajar y de hacer el bien. A su lado se puede paladear la paz, la serenidad, la alegría. Tienen —como está de moda decir hoy— “buenas radiaciones”.

      

¡Nos invita de manera personal!

    

La luz no se puede esconder. Hay personas que “se las ve de lejos”: Santa Teresa de Calcuta, el Papa, el Párroco de un pueblo. Ocupan puestos importantes por su liderazgo natural o por su ministerio concreto. Están “encima del candelero”. Como dice el Evangelio de hoy, «en la cima de un monte» o en «el candelero» (cf. Mt 5,14.15).

    

Todos estamos llamados a ser sal y luz. Jesús mismo fue “sal” durante treinta años de vida oculta en Nazaret. Dicen que san Luis Gonzaga, mientras jugaba, al preguntarle qué haría si supiera que al cabo de pocos momentos habría de morir, contestó: «Continuaría jugando». Continuaría haciendo la vida normal de cada día, haciendo la vida agradable a los compañeros de juego.

“PIDAMOS LOS UNOS POR LOS OTROS”

    

A veces estamos llamados a ser luz. Lo somos de una manera clara cuando profesamos nuestra fe en momentos difíciles. Los mártires son grandes lumbreras. Y hoy, según en qué ambiente, el solo hecho de ir a misa ya es motivo de burlas. Ir a misa ya es ser “luz”. Y la luz siempre se ve; aunque sea muy pequeña. Una lucecita puede cambiar una noche.

Pidamos los unos por los otros al Señor para que sepamos ser siempre sal. Y sepamos ser luz cuando sea necesario serlo. Que nuestro obrar de cada día sea de tal manera que viendo nuestras buenas obras la gente glorifique al Padre del cielo (cf. Mt 5,16).

"Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro"