Galería de arte sacro
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Obras de arte religioso de nuestra Diócesis de Aguascalientes
Obras de arte religioso de nuestra Diócesis de Aguascalientes
Se ha publicado el mensaje del Papa Francisco para la Cauresma 2021. En él, marca tres aspectos fundamentales que servirán como preparación durante este tiempo, sobre todo en el contexto actual por la pandema del coronavirus.
Nos llama a acoger la verdad a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas.
En este tiempo de cueresma, acoger y vivir la Verdad que se manifiesta en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios.
La cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle poner su morada en nosostros.
Agua viva que nos permite continuar nuestro camino.
En el actual contexto de preocupaciones en el que vivimos y en el que todo parece fragil e incierto, hablar de esperanza podría parecer una provocación.
En la cuaresma, estemos más atentos a decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consulan, que estimulan.
A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia.
Vivida tras las huellas de cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.
Vivir una cuaresma de caridad quiere decir a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de COVID-19.
En un contexto tan incierto sobre el futuro, recordemos la palabra que Dios dirige a su Siervo: «No temas, que te he redimido» (Is. 32,1), ofrezcamos con nuestra caridad una palbra de confianza, para que el otro sienta que dios lo ama como a un hijo.
Lee aquí el mensaje completo, www.vatican.va
Inicia con el miércoles de Ceniza, día donde se impone la ceniza a los fieles, recordando que “del polvo somos y al polvo volveremos”. Esta ceniza es signo de renuncia, podemos reducir a ceniza nuestro pecado; es tiempo para acercarnos con mayor entrega al Señor.
Es necesario darnos cuenta que somos invitados a cambiar de vida, a convertirnos desde un movimiento interno del corazón. En cuaresma podemos hacer nuestro desierto como Jesús que pasó por el desierto 40 días y noches, Él se despojó de comodidades, ruido, alimento, gustos, placeres estuvo en oración y de allí comenzó su misión, así nosotros somos llamados a hacer propósitos que nos ayuden a templar nuestro cuerpo, como ayunar de un alimento de mucho agrado, de la música favorita, pero sería de mayor beneficio si también ayunamos de envidia, de crítica, de egoísmo, de soberbia, de enojo.
Es necesario estar en recogimiento, en oración y ayuno. Algo que nos cuesta tanto en nuestra actualidad es guardar silencio porque estamos en una cultura del ruido, donde es preferible aturdirse que reflexionar en el silencio. Y es bien sabido que en este reflexionar sabremos tomar mejores decisiones en nuestra vida cristiana.
Que importante es para todo Católico Cristiano tener una especial devoción al Santo Rosario, la oración por excelencia a la Madre del verdadero Dios y también nuestra. La historia nos dice que fue a un sacerdote español, Santo Domingo de Guzmán, fundador y organizador de la Orden de Predicadores, a quién la Virgen María se le apareció y le enseño como recitar el rosario, pidiendo que lo predicara por todo el mundo y con ello obtendría la conversión de los pecadores y abundantes gracias.
El Rosario es la oración más hermosa que podemos dirigir a la Virgen, al tiempo que es el más perfecto homenaje ofrecido a Jesús; es un método sencillo y fácil para meditar en las grandes verdades de nuestra santa fe; es un arma invencible para combatir a nuestros enemigos espirituales; un poderoso medio de conversión y santificación; un tesoro inapreciable de indulgencias. (Fraternidad Sacerdotal San Pío X, Abril 2020)
Creo que en algún momento de nuestra vida hemos experimentado esa sensación de alivio y de paz que nos trae esta bella oración cuando la recitamos. No es ajeno a la gran mayoría de los creyentes el hecho de vivir una situación complicada y sostener en la mano el rosario; pensemos propiamente en el sentir de cada uno de nosotros cuando acudimos a Nuestra Madre del cielo saludándola como lo hizo en aquella ocasión el Arcángel Gabriel: Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor está contigo… y a la vez recurriendo a ella como gran intercesora de los hombres ante el Creador: Ruega por nosotros los pecadores.
Cuando rezamos el Santo Rosario, estamos meditando la vida misma de nuestro Señor Jesucristo, es una oración bíblica. Cada misterio nos da la oportunidad de profundizar en algunos momentos concretos del actuar de Jesús y María, y creo que esto es reconfortante y alentador. Indagar en aquella inconmensurable sabiduría de Dios con los ojos de Fe y de amor con que lo hizo su humilde esclava.
Simplemente recordemos cuando en alguna ocasión hayamos necesitado de nuestra mamá, si no podía yo resolver la tarea, si no encontraba un suéter, si me veía amenazado, si necesitaba permiso de papá para tal o cual cosa; acudía de inmediato al auxilio de ella y era algo casi seguro de obtener. De ésta misma manera podemos acudir a María Santísima, porque es nuestra mamá, Jesucristo estando en la cruz la entregó como Madre de la humanidad entera: “Después dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa”. (Juan 19, 26-27)
Y es tan sencillo reconocer el obrar de una verdadera madre, siempre amorosa, servicial, entregada, trabajadora y sobretodo protectora de sus hijos; tantas y tantas son las cualidades que podemos encontrar en ella.
En el rezo del rosario vamos descubriendo cómo María es una madre solicita a lo que sus hijos necesitan, el pasar de cada cuentita es como suspiro de esperanza para nuestro ser, y es que cuánto amor se encierra en cada Ave María, nosotros le hablamos y ella nos escucha, es un diálogo tierno de madre a hijo. Su voz de dulzura envuelve el corazón y lo acerca a la gracia de Dios, lo hace aspirar a lo sublime, a lo eterno, a lo divino; recitarlo, también nos pide un acto de confianza y de entrega, es decir, confiamos filialmente en la poderosa intercesión de María y dejamos a su cuidado nuestro caminar.
Muchos son quienes a lo largo de los años nos han invitado a tomar el Santo Rosario como arma potente ante las acechanzas del maligno, sabemos que la tentación está en cada momento y necesitamos protección. Desde que amanece hasta que anochece habrá algún tiempo para que podamos rezarlo. Creo podemos caer en un estado de pereza espiritual y olvidarnos completamente cuanto valor tiene esta oración, y nos justificamos fácilmente diciendo: no tengo tiempo, se me olvidó, hoy no pude rezar, etc., entra otras muchos pretextos. Pero qué tal si lo rezamos de camino al trabajo, de camino a la escuela, mientras hago ejercicio, mientras hago el aseo de la casa, suena algo extraño pero es posible.
Será un reto para las generaciones actuales y futuras seguir practicando esta devoción; los jóvenes o adolescentes incluso adultos catalogan la piedad popular como algo retrograda y pasado de moda, como algo para señoras piadosas, para quienes se creen santitos… y cuanto mal se hace con ello a nuestra Iglesia. La Santísima Virgen nos llama pues a que recurramos a su maternal auxilio y a volver el corazón hacia Dios. Nada más y nada menos en las apariciones de Fátima, con cuánta insistencia les pedía a aquellos pastorcitos que siguieran rezando el Santo Rosario para que el mundo obtuviera la paz.
Hermanos, hagamos un análisis personal de lo que nos deja el rezo del rosario en nuestra vida, algunos dirán: me deja una paz incomparable, una alegría indescriptible, me hace confiar mi vida en manos de Dios y de la Virgen María. Y lo esencial, es que aquello que yo experimente lo lleve a las obras, que no me quede únicamente en el mero sentimiento, sino que en mi actuar refleje los frutos obtenidos con esta oración. Incluso la misma Madre de Dios ha hecho promesas a quienes con verdadera devoción y libre voluntad hagan de esta práctica algo constante.
«En el Rosario he hallado los atractivos más dulces, más suaves, más eficaces y más poderosos para unirme con Dios» –Santa Teresa de Ávila.
Sucede con cierta frecuencia escuchar: ‘el paciente tiene muerte cerebral’, o ‘tiene muerte encefálica. ¿Será verdad? Consideremos lo siguiente: el encéfalo, consta de tres partes principales: el cerebro, el cerebelo y el bulbo raquídeo con la médula espinal. Cada parte tiene sus funciones propias, que a la vez son interdependientes.
El cerebro, o masa encefálica, es la parte más desarrollada del sistema nervioso y el órgano rector de las demás funciones vitales; hace funcionar los sentidos, en la corteza cerebral se dan las funciones de la memoria, el aprendizaje y la comunicación verbal; es la sede de la inteligencia y la voluntad. El cerebelo, situado en la parte posterior del cerebro, regula la actividad muscular voluntaria iniciada en la corteza cerebral, el equilibrio y la locomoción. La parte superior de la médula espinal (bulbo raquídeo) regula la actividad muscular involuntaria como la respiración, el ritmo cardiaco y la temperatura corporal; del cuerpo central de la médula espinal salen pares de nervios intervertebrales que regulan el funcionamiento de los diversos órganos vitales.
Suele suceder que alguna o algunas partes del encéfalo se dañen, y se pierdan sus funciones, pero las demás partes del encéfalo, que no están dañadas siguen funcionando. A esto no se le puede llamar muerte encefálica, porque solamente está parcialmente dañado.
Hay muerte encefálica cuando todas las funciones del encéfalo (cerebro, cerebelo y bulbo raquídeo con la médula espinal) han desaparecido total e irreversiblemente, ya que el encéfalo es el órgano indispensable para mantener la unidad funcional del organismo como un todo integral.
Mientras exista un mínimo de actividad encefálica no se puede declarar la muerte encefálica. No basta la pérdida de la conciencia, ni siquiera el estado vegetativo irreversible, para declarar la muerte encefálica; será necesario que el electroencefalograma detecte que no hay absolutamente ninguna señal o estímulo nervioso, y esto de manera irreversible.
Corrado Manni propone tres criterios para establecer la muerte total del encéfalo: a) el criterio anatómico: la devastación traumática del cuerpo, el cuerpo destruido y desmembrado; b) el criterio cardio-circulatorio: parada cardiaca prolongada; criterio neurológico: c) la muerte encefálica total, cese de toda actividad nerviosa definitiva.
Hay legislaciones que acertadamente dan criterios prácticos; como cuando se dan simultáneamente las siguientes condiciones: a) la ausencia completa de reflejos del tronco cerebral, rigidez pupilar, ausencia de reflejos en la córnea, ausencia de respuesta motora de los nervios craneales, ausencia del reflejo de deglución; b) ausencia de la respiración espontánea; c) silencio eléctrico cerebral.
Pero considerar el encéfalo como única sede del alma es un error, es una visión biologista que impide una posterior visión antropológico-filosófica. La muerte encefálica no coincide con la muerte personal; porque dada la muerte encefálica, todavía permanecen vivos algunos órganos humanos mientras conservan sustancias nutritivas, cosa que permite el trasplante de órganos, un órgano muerto no sería trasplantado.
Asegurar la muerte personal depende de un juicio filosófico sobre la verificación de un cambio sustancial.
La muerte personal es algo mucho más que la muerte biológica. No es sólo la destrucción del organismo, sino la total destrucción de su existencia humana: imposibilidad de expresar su vida personal en el mundo, es la crisis de la destrucción definitiva de la unión sustancial de todo el hombre, separación del alma y el cuerpo y destrucción física del cuerpo. Es separación violenta de la persona del mundo humano en el que vive, en el que espera y al que ama, ya que el hombre es un ‘espíritu en el mundo’. Por ahora, experimentamos la muerte en la muerte de los que amamos. Su muerte es, en cierta proporción, nuestra muerte; quien pierde a una persona amada se siente otro, ya no es el mismo, ha perdido algo que era suyo: el ‘yo’ ya no es lo mismo cuando le falta el ‘otro’. La muerte no es algo que se añade a la vida y que está al final, sino que la muerte le pertenece a la vida, está incluida en ella, no sólo es el fin de la vida, sino que es su orientación y su destino.
El hombre muere, y quiere morir porque sabe que su destino no es el tiempo. Si el hombre no muriera, el espíritu perdería su dignidad: el espíritu estaría encadenado y condenado a su perpetuidad temporal que contradice sus fines y su trascendencia. La afirmación de la inmortalidad personal se hace a través de la existencia humana y como parte de ella.
Solamente la fe nos da la clave en el amor a Dios que supera todo lo negativo de la muerte biológica: ‘si vivimos, para Dios vivimos; si morimos para Dios morimos’ (Rom 14,8-10). La trascendencia del espíritu humano y su relación con Dios nos garantiza una continuidad de la vida personal en la situación que más anhelamos durante nuestra existencia histórica.
El tema de la muerte encefálica se ha generalizado a partir de la posibilidad del trasplante de órganos, de un donante difunto a un receptor vivo.
Principios ético-antropológicos
La cultura de la vida nos obliga a tener ideas claras sobre la licitud moral o su ilicitud en cada caso. Nuestro deber de defender la vida con fines buenos y medios lícitos se justifica por el principio de solidaridad.
En el caso de que el donante sea una persona viva, el principio de solidaridad deberá aplicarse bajo las siguientes condiciones:
Mientras exista un mínimo de actividad encefálica no se puede declarar la muerte encefálica.
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