REFLEXIÓN IV DOMINGO DE PASCUA

REFLEXIÓN IV DOMINGO DE PASCUA

IV DOMINGO DE PASCUA

Jn 10, 11- 18 

El evangelio de este domingo nos presenta la imagen del «buen pastor». Una imagen que puede evocar muchas cosas, pero quizá la que más caracteriza el oficio de pastor es que estamos ante alguien que se dedica a cuidar. Jesús se presenta como aquel que se entrega de forma incondicional al cuidado de todos los que forman «el rebaño» que su Padre le ha confiado. Ya no hay porqué sentirse abandonado ni olvidado; despreciado ni marginado porque hay alguien -Jesús, el pastor bueno– que estará dispuesto a todo, incluso a entregar la vida, con tal de que nadie sea maltratado ni humillado. Y es que la confianza que trasmite el pastor bueno nos habla de un cuidado desde la ternura y el amor.

La cultura del cuidado en nuestros días significa estar con él, con el otro,estar atentos y escuchar todos sus lenguajes. Solo así podremos cuidarlo, solo así podremos llevar a cabo el «oficio de pastor» al estilo de Jesús de Nazaret. Porque la escucha, saber escuchar, es primordial a la hora del cuidado ya que nos remite a voluntad y disponibilidad. Escuchar requiere un diálogo que consiga un acercamiento al otro. Porque el diálogo significa la capacidad de ser en los otros sin perder la propia identidad, dado que puede enriquecer a cada uno. Supone el vigor de aceptar lo diferente como diferente, de acogerlo y dejarnos enriquecer con ello. Los peores rivales del diálogo son el individualismo y toda una serie de alteraciones dañinas que mutilan de forma considerable la labor que debe desempañar todo aquel que se entregue al cuidado de los demás: la envidia, los celos, el resentimiento, el miedo, la arrogancia. Es necesario el encuentro y el diálogo fraterno; es necesario abrirse al razonamiento del otro, pero sin ser enemigos de la verdad porque, si esto sucediera, se fractura el proceso del cuidar como un buen pastor.

“El buen pastor da la vida por sus ovejas”

Si se quiere llevar a cabo el pastoreo y el cuidado a la luz del evangelio de este domingo, habría que aplicar esa expresión que el papa Francisco no ha dudado en acuñar: «oler a oveja». Es cierto que a muchos les resulta insulsa e incluso infantil, pero no deja de ser una expresión cuya intención es despertar una sensación que el lenguaje no es capaz de describir. Porque oler a oveja -y no olvidemos el carácter vocacional de este domingo- se trata de acompañar la vida de muchos y ofrecer la posibilidad de entrar en comunión con ese Dios de quien somos sus hijos para disfrutar de esa realidad amorosa que es la divinidad. Oler a oveja es escuchar heridas y sanar errores; bendecir toda ilusión y corregir engaños. Oler a oveja es acompañar no pocas soledades y levantar pobrezas; alentar, apoyar, sostener. Y es que el pastor que huele a oveja es aquella persona creyente que ha escuchado la inquietante sugerencia de Dios para entregar su vida como ofrenda a favor de los demás, y solo para los demás. Que sabe que la más de las veces va a ser terapeuta herido, discípulo, aprendiz, con toda la grandeza y la miseria que comporta su humana condición. Pero, como en cualquier obra de arte, la grandeza que posee la entrega al cuidado del otro no está encerrada en la materialidad. Porque a través de esa entrega la compasión de Dios seguirá mirando y cuidando a la humanidad.

El olor nos dice, nos cuenta y nos revela, es decir, es fuente de conocimiento por el cual se llega a la esencia de la vida. Por ello «oler a oveja» al estilo del pastor bueno del evangelio de este domingo es mostrar, aún más, la humanidad que nos habita.

Fr. Ángel Luis Fariña Pérez O.P.

 

Somos discípulos tuyos

Somos discípulos tuyos

SOMOS DISCÍPULOS TUYOS  

Recibí por primera vez mi sotana con mucho gusto y gratitud grandísima un 20 de enero de año 2019.

Antes de contar mi experiencia, quiero decir lo que significa la sotana en la figura del seminarista. Seguramente todos tenemos la imagen de un seminarista, representada como un joven con una sotana, una banda azul y una cota blanca. Y ciertamente no es cualquier atuendo, pues la sotana no es para presumirse o para ostentar, al contrario, en sí misma y por su color negro tan característico, significa pobreza, humildad y, sobre todo, austeridad en la vivencia dentro del mundo al que no pertenece el que la viste. La banda azul significa como tal la pertenencia a María, así como la castidad que debe vivir el que se ciñe con ella, y por último la cota, de un color claro significa la gracia que el portador debe tener para acercarse al altar de Dios.

Pues bien, sabiendo eso quiero narrar a grandes rasgos mi experiencia como: el antes, durante y después de la imposición de sotana. Para empezar, es un evento muy esperado en el primer año del curso introductorio, pues es la coronación de tal etapa. Recuerdo con mucho cariño y hasta “se me eriza la piel” al recordarlo.

Recuerdo que yo me encargue de contactar a las religiosas que iban a confeccionar nuestras sotanas y nuestras cotas, tanto así que ya había agendado desde principios de septiembre, siendo que la imposición sería hasta los últimos días de enero del siguiente año. En este contexto, me viene a la memoria cada visita que hacíamos a la casa del seminario Mayor en ciertos eventos a los que éramos invitados y veíamos a los seminaristas de etapas superiores. Nunca faltaba aquel compañero (o incluso yo mismo) que preguntaba en donde la habían mandado hacer, cuánto había costado, de qué tela estaba hecha, etc. Y no se diga dos o tres semanas antes de la imposición, pues ya sabíamos cómo nos íbamos a revestir, cómo se ponía la banda, nos emocionábamos hasta por el tipo de corte que tendría nuestra sotana, que si romana, que si jesuita o tipo alba y etc. No podíamos esperar más a vernos de negro y ahora sí “pareciendo seminaristas (aunque ya lo éramos)”.  Todos estos sentimientos afloraron más cuándo días antes tuvimos nuestro retiro con el tema principal de lo que conllevaba portar la sotana, la responsabilidad que traía incrustada y la búsqueda de la santidad “que se escondía en el negro asiduo de tan hermosa prenda”.

«Revístanse, pues, del hombre nuevo» Efesios 4, 24

Por fin llegó el momento, muchos no dormimos la noche anterior por la emoción y “le sobraban horas al día” para llegar al Seminario Mayor, donde sería la celebración eucarística. Esa mañana estábamos muy felices, y pasó el tiempo para poder trasladarnos a la Ciudad de Aguascalientes (el curso introductorio está en Pabellón de Hidalgo). En la combi hubo momentos de todo, de mucha emoción, de risa, y otros donde estábamos más calmados, por así decirlo. Cuando llegamos, aún no estaban nuestros familiares (de hecho, para estas fechas se dio el famoso desabasto de gasolina), y el padre que iba a ceremoniar en la misa, se dedicó a ensayarnos para que hubiese las menos equivocaciones posibles. Ya en la capilla, recuerdo claramente que el P. Rector nos exhortaba a no bajar la guardia ante las adversidades y tentaciones, y que nos conserváramos fieles en este llamado que el Señor nos ha hecho. Después de revestirnos, nos arrodillamos alrededor del presbiterio con la sotana en las manos y proclamamos:

“… que la sotana con la que hoy nos hemos revestido, nos recuerde que somos discípulos tuyos; nos exija ser constantes en la oración, alegres y fraternos en nuestras relaciones, humildes y sencillos, austeros y laboriosos, castos y obedientes a ejemplo tuyo, a quien gustosa y libremente seguimos”.

En realidad, me quedo corto al tratar de describir ese momento, pues fue un gran regalo por parte de Jesús, no es cualquier cosa constatar una llamada que se cree que el Señor hizo desde antes de nacer. Lo que guardo en el corazón y con mucho cariño es el contemplar a la imagen de la Virgen de Guadalupe, pues no solo me sentí acogido por Cristo, sino que también, asistido por ella y su maternal protección. A partir de ese momento, supe que no caminaba solo. Claro que, no puedo dejar de lado lo hermoso que es que esté la familia, los que siempre me van a apoyar aún en las mayores equivocaciones y tropiezos; mi madre no paraba de llorar y veía mucha satisfacción (aunque extrañeza) en el rostro de mi padre.

En fin, es asombrosa la aventura que se vive en torno al Señor Jesús, indescriptibles e incontables las gracias que el Buen Dios me ha regalado durante toda mi vida. No me arrepiento de haber emprendido esta fantástica travesía de la mano del Buen Pastor y mucho menos de haberle dicho un primer “si quiero”. Así también le agradezco al Gran Dueño de mi vida por los amigos que me ha regalado en mi caminar, pues me queda claro que, si bien no estoy aquí para hacer amigos, los que he atesorado como mis compañeros de camino son “pura gracia”.

 

Si llegaste hasta aquí, no desesperes y presta atención: Dios pone los medios, tú respóndele y opta por él. Si eres un chavo que cree tener vocación, ¡no tengas miedo! Si eres un padre o madre de familia, un hermano o amigo de algún llamado por Jesús, pide por él, motívalo.

Así la palabra de Dios nos dice: “Si te has decidido a servir al Señor, prepárate para la prueba” (Eclesiástico 2, 1-3).

Este es un camino solo para valientes ¿estás dispuesto a empezar la carrera? No te arrepentirás.  

 

Envía operarios a tu mies.

Edgar Laris Ruvalcaba