
I DOMINGO DE CUARESMA
Homilía del Domingo I de Cuaresma

Pbro. Miguel Ángel Román.
Homilía
Hemos iniciado la Cuaresma, un tiempo propicio para recogernos, para ir al “desierto”, ante tanto ruido…
La Iglesia nos motiva y alienta con las enseñanzas de Jesús y con la liturgia, a aplicarnos las actitudes propias que todo buen cristiano tiene que vivir para prepararse a la Pascua del Señor, el acontecimiento más importante de nosotros los cristianos. Es decir, nos anima a dar el paso de la muerte a la vida, a hacer a un lado el pecado, a quitar esas amarras que me impiden volar y gozar de los beneficios de la verdadera libertad y felicidad que todo hombre está llamado a tener en Cristo: la experiencia de poseer a Dios, de vivirlo, de proyectar esos beneficios a los demás.
Pero al hombre de hoy y de todos los tiempos se le presentan siempre diversas tentaciones que le nublan el camino y se pierde muchas veces en el placer, en el tener, en el poder y la gloria de este mundo.
Con la narración de la caída de nuestros primeros padres (1ª. lectura), queda claro que la situación actual del hombre no es la querida por Dios. La tentación es un problema de elección. El mandamiento era la llamada a la libertad del hombre, el cual se encuentra entre dos afirmaciones: la verdad de la serpiente y la Verdad de Dios, y se inclinó por la de la serpiente -Satanás-, padre de la mentira.
Pero san Pablo, en la 2ª lectura, nos hace ver con la antítesis Adán-Cristo, que el orden de la salvación es superior al de la perdición, pues “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”.

Y aparece Jesús, el hombre libre que nos enseña a usar la libertad para el bien. Es la enseñanza del Evangelio de hoy. Al Adán de la primera lectura que busca su realización en la autonomía absoluta, el Evangelio contrapone la actitud de Jesucristo que reconoce plenamente la subordinación al plan del Padre.
Jesús, hombre como nosotros, es tentado, y a pesar de esta debilidad, la debilidad real del hombre, Jesús triunfará porque tiene total confianza en su Padre. Por eso, contemplar a Jesús significa verse siempre levantado hacia el Padre y entrar en esperanza.
Pero rechaza radicalmente la idea demoníaca: la tentación de utilizar para sí, para su hambre, para su gloria, el poder de Dios.
Lo que Jesús es en el momento de las tentaciones, lo será a lo largo de toda su vida pública, inquebrantablemente. Este combate contra Satanás, nos hace descubrir en Jesús, su inteligencia de la palabra de Dios y lo absoluto de su confianza: el hombre VIVE DE DIOS; el hombre NO PONE A PRUEBA EL PODER DE DIOS; el hombre NO ADORA MÁS QUE A DIOS.
Cristo, como dice san Agustín, “hubiera podido impedir la acción tentadora del Diablo, pero entonces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras aprendido de Él a vencerla”. El Papa Benedicto XVI advertía: “El Diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal”.

Por eso debemos estar muy atentos porque el Diablo sí existe y nos quiere engañar, haciéndonos creer precisamente ¡que no existe! Tanta maldad testimonia su terrible existencia y maléfica actualidad. Pero la principal prueba de su existencia es el pasaje del evangelio de hoy, y prueba son también los muchos santos que han luchado en vida contra el príncipe de las tinieblas. No son quijotes que pelearon contra molinos de viento. Al contrario: fueron hombres y mujeres concretos y de psicología sanísima.
Expulsado por la puerta, el Diablo ha entrado por la ventana. O sea, expulsado por el rechazo de la fe, ha vuelto a entrar por la superstición. El Demonio sólo quiere la destrucción de la creatura a quien Dios tanto ama: el ser humano.
Por eso debemos cuidarnos, ayudados siempre de la gracia divina, evitando toda clase de esoterismo: amuletos, magia negra, lectura de cartas, manos, café, horóscopos, güija, tarot, limpias, la “santa muerte”, supersticiones tontas, etc. El apóstol San Pedro nos advierte: “Sean sobrios, estén despiertos: su enemigo, el Diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar; resístanlo, firmes en la fe” (1Pe 5,8-9).
Al igual que Jesús, que se retira al desierto a hacer oración, penitencia y ayuno, nosotros debemos aprovechar esta Cuaresma para recogernos y hacer estas nobles prácticas: orar, como un signo de apertura a Dios; dar limosna, como muestra de apertura a los demás; ayunar, como expresión de dominio de sí, ayuno de “comerse” a los demás, y ayuno de mis sentidos y vicios. Practicando esto, venceremos al Demonio.

Por la Virtud.
Por la Fe.
Por la Doctrina.

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